domingo, 31 de marzo de 2019

PARASHA TAZRIA: LO QUE VEMOS EN LOS DEMÁS EN REALIDAD ESTÁ EN NOSOTROS


PARASHÁT TAZRÍÄ: LO QUE VEMOS EN LOS DEMÁS EN REALIDAD ESTÁ EN NOSOTROS

Por Kabbalah y Torah 

El secreto en “VEHUVÁ  EL-AHARÓN  HAKKOHÉN... - Y será llevado a Aarón el sacerdote” (Vaikrá/Levítico 13:2)

Está escrito que si una persona aparentaba tener lepra, tenía que acudir al Kohén HagGadól (el Sumo Sacerdote) quién decidiría si tenía lepra o no.

Rabbí Itzják dijo: Aprendimos que en “la plaga de la lepra” plaga (nega) significa Juicio severo (Diná Takkifá) que descansa sobre el mundo. Lepra significa apagar, como aprendimos, que es un apagar de la luz celestial, evitando que la bondad celestial descienda al mundo. “...esté en un hombre”: hombre en general alude a ambos, el hombre arriba y el hombre abajo. “...será traído al sacerdote”, a saber: el sacerdote abajo, quien está bien informado acerca de encender y apagar las lámparas, que son las sefirót, de modo que a través de él habrá bendiciones arriba y abajo, y que la plaga será eliminada y desaparecerá, y la luz de la misericordia morará en todo. Por esa razón, “será traído al sacerdote”.

(Zóhar, Tazríä 25:137)

¿Pero por qué la Torá no indica sencillamente los síntomas para diagnosticar la lepra en lugar de decir que la persona debía ir a ver al sacerdote? En cambio, si queremos saber cuánta tzedaká (caridad) dar, está escrito muy claramente que debemos diezmar el diez por ciento. Usualmente, cuando queremos saber algo, podemos ir directamente a la Torá y encontramos la respuesta. ¿Por qué es diferente con la lepra?

En respuesta a esto, la Guemará enseña que nosotros no podemos ver nuestras propias aflicciones, sino solamente las aflicciones de las demás personas. Es por ello que se debía consultar al Kohén acerca de la lepra. Si nosotros mismos tenemos que decidir si somos puros o no, es parte de nuestra naturaleza que siempre decidamos a nuestro favor. Sin duda alguna, este principio aplica a muchas más cosas que la lepra. Siempre vemos que está mal en los demás, pero no lo que está mal en nosotros. El Magguíd de Metsritch, Rav Dov Ber, enseñó que cualquier característica que observamos en los demás en realidad está presente en nosotros. Es por ello que cuando el Creador nos muestra un problema en alguien, no es para que señalemos las fallas de esa persona: es para que nosotros veamos el problema en nuestra vida.

Incluso si entendemos por qué debemos acudir a otra persona para saber que está mal en nosotros, ¿por qué la persona debe ser un kohén? ¿Qué cualidades posee un sacerdote que no tienen los demás? Una historia de Rabbí Iehudá responde esta pregunta hermosamente.

Había una vez una princesa que adoraba en gran manera la sabiduría de Rabbí Iehudá, a pesar del hecho de que él tenía una terrible joroba. Un día, la princesa le preguntó: “¿Por qué el Creador dio una sabiduría tan magnánima a una vasija tan fea?”. Rabbí Iehudá contestó con la pregunta: “¿Dónde guarda el vino tu padre?”. “En una botella de arcilla”, contestó ella. “La gente pobre también guarda su vino en una botella de arcilla”, dijo Rabbí Iehudá. “Pero tu padre tiene todo el dinero del mundo. ¿Por qué no guarda su vino en botellas de oro?”.

La princesa fue a casa y le dijo a sus siervos que almacenaran el vino del rey en botellas de oro. Después de cierto tiempo, cuando sirvieron el vino en una cena de estado, estaba dañado. El rey estaba furioso y quería saber quién había arruinado su vino. Cuando la princesa confesó, el rey le preguntó: “¿No sabes que el vino siempre debe guardarse en una botella de arcilla?”.

Lo que vemos en el exterior rara vez refleja la naturaleza interior de una persona. Esta es una enseñanza muy importante, pero la pregunta sigue en pie: ¿Por qué un sacerdote es el único que puede ver cómo alguien es realmente?

Considera lo siguiente: Un hombre muy versado una vez se quejó con su rabino diciendo que las personas que iban al templo en Shabbát estaban llenas de orgullo y pensaban sólo en sí mismas. Para su sorpresa, el rabino le contestó: “Tal vez tú también estés lleno de orgullo. Se dice que en el Templo Sagrado había un espejo en el cual no sólo se podía ver a la persona física, sino también la espiritualidad de una persona. En nuestros días, dado que el Templo Sagrado no existe, cada persona es un espejo de otra. Lo que vemos en los demás en realidad está en nosotros”.

Es por ello que está escrito en la Torá que uno debe acudir a un Kohén. El Kohén que revisaba la presencia de lepra en la persona se revisaba a sí mismo primero. Si él no se revisaba con absoluta verdad y desprendimiento, no podría ser honesto con los demás.

En términos espirituales, el Kohén representa la Sefirá de Jésed (benevolencia, misericordia), lo que quiere decir que el sacerdote tenía la capacidad de “salir de sí mismo”. Él no se concentraba en sus propias necesidades, sino que, en lugar de ello, estaba preocupado por las necesidades de otras personas.

Era para servir las necesidades de los demás que Avrahám el Patriarca -la personificación misma de Jésed- tenía una tienda con cuatro entradas. Él quería que la gente pudiera llegar a él tan fácilmente como fuese posible y que entraran por cualquier abertura. Sólo alguien que abandona su sentido de auto-importancia, sus propias necesidades y deseos puede ver qué anda mal consigo mismo y no sólo lo que anda mal con los demás. Es por ello que sólo un Kohén podía decidir quién era puro y quién no.

El número de versículos en esta Parashá es también el valor numérico de la palabra Biná. Biná (Guematria 67) es una dimensión no física de la Luz y es el almacén o contenedor de energía para todo lo que necesitamos y deseamos en la vida. Hoy en día, el cáncer es un azote que nos aflige de la misma manera que la lepra solía hacerlo con las generaciones de la Torá. La conexión con Biná en esta lectura nos ayuda a elevarnos a una dimensión en la cual el cáncer no existe.


PARASHA TAZRIA - (Vaikrá/Levítico 12-13) - Lograr embarazos saludables antes/después de la concepción


PARASHÁT TAZRÍÄ - (Vaikrá/Levítico 12-13) - Lograr embarazos saludables antes/después de la concepción

Por Kabbalah y Torah 

¿POR QUÉ LA GENTE PADECE DE LEPRA?

La Parashá Tazríä describe las aflicciones de la piel y revela la causa de estas aflicciones. La mayoría de la gente es cuidadosa con lo que entra en su boca, pero ¿cuántos son cuidadosos acerca de lo que sale de su boca? Lo que decimos puede ser tan negativo y destructivo como la mala comida lo es para nuestro cuerpo. En hebreo, la palabra lepra (tzaraät) se correlaciona con la negatividad verbal, como el habla maliciosa (lashón hará). Pero la negatividad en el habla no se limita a lo que decimos como tal; también puede relacionarse con lo que no decimos, lo que escuchamos e, inclusive, con lo que no escuchamos. El hecho es que la mayoría del tiempo hablamos, hablamos y hablamos, pero no escuchamos lo que los demás nos están diciendo.

Así como el castigo es aplicado al hombre por hablar maliciosamente, así es castigado debido a que pudo haber pronunciado palabras buenas pero no lo hizo. Porque él manchó a ese espíritu parlante, que está compuesto como para hablar arriba y hablar abajo, y todo está en santidad. Esto es aún más cierto si la nación camina por el camino errado y él puede hablarles y reprobarlos pero se queda callado y no habla. Como dije, esto está dicho de él: “NE´ELÁMTI  DÚMIA  HEJESHÉTI  MITTÓV  UJEVÍ  NE´ËKKÁR - Enmudecí con silencio, contuve mi paz y no tuve reposo y mi pena se agitó” (Tehil´lím/Salmos 39:3), agitada por plagas de impureza.

(Zóhar, Tazríä 18:87)

Una vez un rabino fue invitado a dar un sermón antes de la lectura de la Torá en un templo. Sin embargo, él estaba muy cansado y sentía que no tenía la fuerza para cumplir. Aun así, no quería decepcionar a las personas que lo habían invitado, así que dijo a la congregación: “He dado muchos sermones durante años, pero en esta oportunidad me gustaría escuchar lo que ustedes tienen que decir”.

La importancia de escuchar a los demás es algo que las personas en un nivel espiritual elevado siempre han entendido. Indiferentemente de que la gente tenga la razón o no, tenemos la responsabilidad de escucharlos. Si no cumplimos con esta responsabilidad, ¿cómo podemos esperar que los demás nos escuchen?

Había un gran sabio que, al final de sus días, estaba tan enfermo y débil que sólo podía susurrar. No obstante, el seguía instruyendo a sus alumnos, los cuales se sentaban muy cerca para escucharlo. Un rabino de la localidad fue a observar este hecho. Vio al gran maestro susurrando, a veces durante horas, y a sus estudiantes inclinados para escucharlo.

“No lo entiendo”, le dijo el rabino a uno de sus estudiantes. “En mi templo, si hablo más de 30 minutos, quieren bajarme del púlpito. Ustedes no sólo escuchan a su maestro durante muchas horas, ¡sino que lo escuchan a pesar del hecho de que apenas puede hablar!”.

“Escuchamos atentamente y durante mucho tiempo”, le contestó el alumno, “porque sabemos que si uno de nosotros tuviese que hablar con nuestro maestro y tuviésemos que susurrar, él se inclinaría para escuchar lo que tenemos que decir por el tiempo que fuese necesario”.

Si queremos alcanzar un nivel desde el cual podamos enseñarle a otras personas, también debemos alcanzar el nivel en el cual escuchemos atentamente a los demás. Para ser protegidos de la lepra espiritual, debemos aprender a escuchar y no solamente a hablar.

Zalmán Shazár era miembro de la Kenéset (Asamblea Legislativa de Israel) antes de que se convirtiera en presidente de Israel. Un día, él viajó desde Jerusalén a Tel Aviv para reunirse con Rav Áshlag. Cuando Zalmán Shazár llegó, Rav Áshlag le pregunto: “¿Y qué hay de nuevo en la Kenéset?”. Shazár contestó: “Perdóneme, pero no vine a escuchar lo que yo tengo que decir. Me habría podido quedar en Jerusalén para eso. Vine a escuchar solamente lo que usted tiene que decir”. Sin embargo, tampoco basta con tan sólo escuchar. Aprendemos de Ióv (Job) que hay momentos en los que debemos hablar y decir lo que se tiene que decir. Junto con Biläm e Itró, Ióv era uno de los tres consejeros del Faraón durante la época de Moshé. Cuando el Faraón les preguntó que debía hacer con los hijos de Israel, Biläm recomendó que fuesen asesinados. Itró se opuso y se fue a Midián, e Ióv permaneció callado. Está escrito que todo lo que le ocurrió a Ióv más adelante en su vida fue porque él no dijo lo que tenía que decirse en defensa de su gente.

Con frecuencia, no es lo que decimos sino lo que no decimos lo que siembra la semilla de la negatividad. Está escrito en la Torá: “LO-TISNÁ  ET-AJÍJA  BILVAVÉJA - No aborrecerás a tu hermano en tu corazón” (Vaikrá/Levítico 19:17). No sólo dice “LO-TISNÁ - No aborrecerás”, también añade “BILVAVÉJA - en tu corazón”. Si tenemos odio en nuestro corazón, el daño está hecho indiferentemente de que hablemos o permanezcamos en silencio. Por lo tanto, cuando llega el momento de hablar, no debemos quedarnos callados. Por supuesto, esto no quiere decir que debemos ser reactivos y soltar lo primero que se nos viene a la mente. Si estamos molestos, por ejemplo, es importante dejar que pase un poco de tiempo antes de reaccionar. Cuando finalmente hablamos, no sólo habremos liberado nuestro dolor personal, sino, más importante aún, somos capaces de revelar la Luz del Creador. De este modo podemos ser como el Creador. Podemos ser la Causa en vez del Efecto y evitar acciones que provienen desde un marco mental reactivo.

La conexión del Creador con nosotros nunca cambia debido a la forma en que actuamos. Todo lo que nos ocurre es sólo para ayudarnos en nuestro camino espiritual. Tal vez necesitemos algunas “sacudidas” para alcanzar la realización, pero todo lo que el Creador hace proviene de una intención de ayudarnos y de mejorar las cosas para nosotros.


ISRAEL Y LEA - IAAKOV Y RAJEL


ISRAEL Y LEÁ - IAÄKÓV Y RAJÉL

Por Kabbalah y Torah  

“HASHSHAMÁIM/Los cielos” indica lo masculino y lo femenino como uno. Está prohibido separarlos. Zéër Anpín, ZA se llama “cielos”, Nukvá se llama “ÉT”, y se deduce que “Los cielos” indica lo masculino y lo femenino juntos. Es debido a esto que Nukvá está aludida en ZA también, para mostrar que está prohibido separarlos, sino unirlos como uno, lo cual es la voz y la palabra יאהדונהי  HaVaIáH ADo-NáI, y la voz y la palabra está unidos como uno.

Cuando “ÉT” toma todas las letras, ella es la integración de todas las letras, Rósh y Sóf (Principio y Fin). Nukvá se llama “ÉT” cuando toma todas las letras porque las letras son los Kelím (vasijas) y los Kelím están incluidos solamente en la Nukvá. Ella es la inclusión desde el Rósh (principio), Álef, hasta el Sóf (fin), Táv. Es debido a esto que Nukvá se llama “ÉT” (Álef-Táv).

Después, la letra Hé se une a Áléf-Táv para conectar a las 22 letras con la Hé, pues una vez que se han mezclado con todas las letras de ZáT (Záin Tajtonót: las siete inferiores), la primera Hé de Immá se une a ella, y entonces es apta para un Zivvúg con ZA. En ese momento, ella se llama ATÁ (“Tú”, Álef-Táv-Hé), como está escrito, “Y Tú otorgas vida a todos”, pues a través de su Zivvúg con ZA, ella puede otorgar vida a todas sus huestes en los tres mundos de Beriá, Ietzirá y Äsiá (BIÄ) y otorgarles todo lo que necesitan.

“ÉT” es ADo-NáI. “Los cielos” es HaVaIáH, quien es el superior del nombre ADo-NáI, ya que ZA se llama “cielos” y se llama “voz”. Él es HaVaIáH y su Nukvá, “ÉT”, se llama “palabra” y ella es ADo-NáI.

“VE´ÉT HAÁRETZ - Y la tierra” indica la corrección de lo masculino y lo femenino con respecto a וַיהֹוָה “VAADO-NÁI - Y el Señor”. Todo es uno porque así como los cielos en las palabras: “los cielos”, incluyen lo masculino y lo femenino, Nukvá, la tierra consiste de masculino y femenino. Esto está aludido en la palabra וְאֵת “VE´ÉT”, pues “ÉT”, la Nukvá es Váv, el aspecto masculino en Nukvá.

La diferencia entre los cielos, ZA superior, la voz, y ZA inferior, incluido en la letra Vav en las palabras, “VE´ÉT”, es por lo que él presenta el asunto de “Y el Señor”, ya que la Váv es para incluir Su corte, Nukvá, quien está incluida junto con Él. Esto es así porque en todo sitio en donde aparece: “VAADO-NÁI - Y el Señor”, significa Él y Su corte. Asimismo, ZA que está incluido en Nukvá aquí en la letra Váv en las palabras “VE´ÉT”, está incluido en Su corte, la Nukvá.

Esto es así porque Zéër Anpín y Nukvá (ZóN) se divide en dos Partzufím, como está escrito, “Y yo soy lampiño”. Desde el Jazé (pecho) y arriba, se les nombra ISRAEL Y LEÁ, y desde el Jazé y abajo se les nombra IAÄKÓV Y RAJÉL. Por lo tanto, “HASHSHAMÁIM - los Cielos”, son lo masculino y femenino superior, llamados Israel y Leá, desde el Jazé de ZóN y arriba y, “VE´ÉT  HAÁRETZ - Y la tierra”, son lo masculino y femenino inferiores, que se llaman Iaäkóv y Rajél, debajo de Zéër Anpín (ZA).

(Zóhar Bereshít)