PARASHÁT TZÁV: NUESTRO VERDADERO
PROPÓSITO
Por Kabbalah y Torah
Acerca de los ángeles está escrito: “Y
sus piernas son una pierna recta”. También está escrito que la gente debe
procurar ser como los ángeles. Si estamos tratando de imitar a los ángeles,
debemos entender esta enseñanza sobre una “pierna recta”.
Los ángeles se mueven hacia
adelante. Ellos no ven a la derecha ni a la izquierda, no les afecta en
absoluto lo que se diga o piense de ellos. Nada disuade a un ángel de su
trabajo, y este es el nivel que deberíamos desear alcanzar en nuestro trabajo
espiritual. Podemos llegar a este nivel al realizar acciones que sabemos que
son correctas, en lugar de sucumbir ante la influencia de otras personas.
“VERAGLEHÉM RÉGUEL
IESHARÁ - Y sus pies eran pies derechos...” (Iejezkel/Ezequiel 1:7).
Porque los pies de los demonios están torcidos, mientras que acerca de sus
pies, a saber los pies de las criaturas vivientes santas, está dicho: “Y sus
pies eran pies derechos”. Y es por esto que “Y sus pies eran pies derechos” “KI-IESHARÍM DARJÉ
ADO-NÁI - Porque los caminos del Señor son derechos” (Hoshéä/Oseas
14:10). Los sabios de la Mishná dijeron: Uno que ora debe arreglar sus pies
durante su oración como los ángeles ministros, a saber: sus pies deben estar
derechos “como la planta del pie de un ternero”, a saber: estar así marcados
entre ellos. Y por esta razón los sabios enseñaban: Cuando uno ora, debe
colocar sus pies en la posición apropiada, como dice: “Y sus pies eran pies
derechos”. Y el Santo, Bendito Sea Él, dijo a los ángeles ministros: ‘Aquellos
que son así destacados en su oración: que colocan sus pies como lo hacen
ustedes, porque ellos abren las puertas del templo para dar entrada a esta
visión’
(Zóhar, Pinjás 51:317-321)
La mayoría de la gente vive como si
fuesen candidatos políticos. Para obtener tantos votos como sea posible, dicen
sólo aquello que los demás quieren escuchar. Debemos “salir de la candidatura”.
Debemos aprender de los ángeles, no de los candidatos políticos.
La parashá Tzáv contiene un pasaje
en el cual el Creador instruye a Moshé acerca de la manera en la que los kohaním
(sacerdotes) deberían realizar el sacrificio de la ofrenda quemada: “Él debe
quitarse estos ropajes y colocarse otros, y sacar las cenizas fuera del
campamento, a un lugar que esté ceremonialmente limpio” (Vaikrá/Levítico 6:4).
¿Qué aprendemos del hecho de que tanto el Kohén HagGadol (el Sumo Sacerdote)
como los demás sacerdotes se quitaban la ropa? ¿Y por qué tenían que vestir
atuendos diferentes para las varias ceremonias que realizaban?
La siguiente historia acerca de un
maestro espiritual nos proporciona una explicación metafórica. Era sabido que
cuando la gente visitaba a este maestro a pedirle su consejo, él sudaba
abundantemente. Un día, uno de sus estudiantes le preguntó a su maestro por qué
siempre estaba sudando; después de todo, no estaba realizando ninguna acción
física, sino que estaba sentado en casa todo el día, atendiendo a una persona
tras otra.
Pacientemente, el maestro contestó:
“Cuando alguien viene a pedirme una bendición, un consejo o la solución a un
problema, no puedo ayudarlos si no puedo sentir la posición en la que se
encuentran. Para poder escuchar realmente el problema, tengo que quitarme mis
ropajes espirituales y usar los de la persona que necesita ayuda. Después de
escuchar la pregunta, tengo que ponerme nuevamente mis ropajes para dar la
respuesta. Y es así cada día. Después de cambiarse de atuendo diez veces en una
hora, ¿quién no estaría sudoroso?”.
El Kohén HagGadól y los demás
sacerdotes no sólo se cambiaban sus ropajes físicos; al quitarse su vestimenta
mundana y usar los atuendos sacerdotales, ellos estaban alterando su nivel de
conciencia. En el caso de nosotros, nuestra negatividad forma una cubierta que
nos separa de la Luz y de los demás. Tenemos que aprender a liberarnos de esta
cubierta (metafóricamente “quitarnos nuestra vestimenta”) para progresar en
nuestro trabajo espiritual y relacionarnos de forma proactiva con las demás
personas.
Se dice que cuando el Magguid de
Metzritch (Rav Dov Ber, 1704-1772 e.c) estaba a punto de abandonar este mundo,
decidió regalarle algo a cada uno de sus estudiantes. A uno le dio su rectitud;
a otro su sabiduría. Pero a Rav Elimélej, el Magguíd le dio el trabajo de
“mejorar el mundo”. Después del fallecimiento del Magguíd, Rav Elimélej visitó
todas las aldeas cercanas intentando unir a la gente, ofreciéndoles maneras de
conectar con la Luz del Creador. Pasaron dos años y se encontraba en su casa
preguntándose si realmente estaba haciendo el trabajo que se le había confiado.
Esa noche, mientras dormía, el Magguíd se presentó en un sueño y le dijo: “Has
viajado muy lejos mientras intentas cambiar el mundo, pero ¿cuánto has viajado
en tu esfuerzo de cambiarte a ti mismo?”.
Es mucho más fácil para nosotros ver
qué anda mal con los demás en lugar de ver nuestras propias fallas, pero el
verdadero trabajo comienza con nuestro proceso de corrección interno, nuestro
tikkún individual. El propósito de la Kabbaláh es ayudar a la gente con su
proceso de tikkún y su transformación personal, empleando las herramientas
Kabbalísticas en todas sus presentaciones.
Hay un breve relato que ilustra esta
idea. Un hombre había sido enviado por su jefe a entregar un camión lleno de
mercancía a una distancia lejana. Después de unos días, el hombre regresó con
una sonrisa en su rostro y dijo: “He cumplido exitosamente con la tarea que me
asignó”. El empleado contó con sus dedos para no escatimar nada: “Primero que
nada, hice todo el recorrido sin haber recibido ni una multa. No maté ni
lastimé a nadie. No tuve ninguna llanta pinchada ni ninguna clase de avería”. “¿Pero
qué hay de la entrega?”, preguntó su jefe. “Ah, la entrega. Por casualidad
olvidé cargar el camión...”. ¡Obviamente, su jefe estaba muy decepcionado!
Cada día nos comportamos igual que
este empleado. ¿En realidad nos pusieron en este mundo para evitar multas?
Nuestra misión en la vida es mucho más que eso: estamos aquí para manifestar la
Luz dentro de nosotros, a fin de que el mundo en su totalidad pueda revelar su
Luz también. Este es nuestro verdadero propósito.
El valor numérico de la palabra “Tzáv”
(mandato) es igual al número de versículos (96) en este capítulo de la Torá.
Esta coincidencia del nombre de un capítulo con su contenido no ocurre en
ningún otro lugar de la Torá. En esta parashá, Di-s le dice a Moshé que
instruya a Aharón y a sus hijos acerca de la correcta práctica de las ofrendas
quemadas. La lección aquí es que cuando hacemos sacrificios al Creador con un
deseo de conectar con Él, evitamos la idolatría. La idolatría es más que adorar
estatuas; en ésta se incluye la transferencia del poder a cosas externas de
nosotros y de la Luz. También tiene que ver con tomar decisiones y reaccionar
con motivos puramente egoístas; por orgullo, la necesidad de impresionar a los
demás y así sucesivamente. Todas nuestras acciones deben estar motivadas por un
deseo de conectar con el Creador, un deseo que seguidamente generará esa misma
conexión. Si la intención de conectar con el Creador no antecede a una acción,
esa acción constituye la idolatría.
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