PARASHÁT VAIKRÁ - (Vaikrá/Levítico
1-5) - Despertar para recibir Luz/Revelar la conciencia del Creador
Por Kabbalah y Torah
EL PODER DE LOS OJOS
Cuando los niños comienzan a aprender
el Jumásh (los Cinco Libros de Moshé), Vaikrá es el primer capítulo de la Torá
que se les enseña. Las lecciones de esta lectura deberían permanecer con los
niños durante toda su vida, así como dichas lecciones deben ser primordiales en
nuestra propia conciencia ahora mismo, indiferentemente de nuestra edad.
El libro de Vaikrá es el inicio y el
fundamento de todas las enseñanzas porque es aquí donde nos damos cuenta de la
importancia de nuestra devoción intensa a la Luz del Creador. Esta es la
primera vez en la Torá que tal devoción es tratada. Por supuesto, esta devoción
puede tener —y ha tenido muchas formas diferentes a lo largo de la historia. En
esta lectura, la devoción es manifestada como el Tabernáculo y los sacrificios;
mientras que en nuestra época, en la cual el Tabernáculo y el Templo Sagrado ya
no existen, nuestra conexión con la Luz no ocurre a través de sacrificios sino
a través de la Tefil´lá (oración).
Sabemos que el deseo de la Luz de compartir
con nosotros es aún mayor que nuestro deseo de recibir de parte de la Luz. Sin
embargo, creamos barreras tales como ego, celos y otras formas de negatividad
que debilitan nuestra conexión con la Luz. Por ejemplo, consideremos los celos
que los hermanos de Ioséf sentían por él. No podemos asumir que los hermanos
eran como nosotros, dado que eran los hijos de nuestro Patriarca Iaäkóv y, por
ende, eran merkavót (carrozas) de Luz por derecho propio. Pero, por lo menos,
sus celos crearon una barrera entre ellos y la Luz.
¿Y cuál es la causa de los celos?
¿Deberíamos creer que los hermanos vendieron a Ioséf como esclavo debido al
abrigo especial que Iaäkóv le confeccionó? Ni el Midrásh ni el Zóhar afirman
que Iaäkóv amaba más a Ioséf que a sus otros hijos; sin embargo, después de que
los hermanos vendieron a Ioséf, está escrito que ellos temieron “porque él era
el que su padre amaba”.
De aquí podemos aprender una lección
importante. Podemos ver el daño que puede causar nuestra percepción limitada de
la realidad y, por lo tanto, cuán cuidadosos debemos ser acerca de las ideas
erradas que despertamos en los demás. Por ejemplo, hay personas que alardean de
su riqueza y poder, causando así la ilusión de que aquellos que los rodean son
inferiores. Esta idea equivocada, la cual obtenemos cuando solamente nos
basamos en nuestros cinco sentidos, da origen a una negatividad que, a su vez,
puede manifestarse como celos y hasta odio. Como resultado, la persona
ostentosa que inició esos sentimientos puede terminar perdiendo todo lo que
tenía.
Está escrito en la Torá: “VELIFNÉ ÏVVÉR LÓ
TITTÉN MIJSHÓL - Y delante del ciego no pongas
tropiezo”. Pero cuando permanecemos inmóviles y permitimos que la gente sea
engañada por su propia percepción limitada, es como si nosotros mismos
estuviéramos colocando “tropiezos en el camino del ciego”. Además, si la gente
actúa negativamente como resultado de algo que hemos hecho, entonces nosotros
somos tan responsables por su comportamiento negativo como ellos lo son; y
nosotros seremos igualmente afectados por cualquier juicio que llegue a ellos.
De la misma manera, si alguien nos hace daño en respuesta a algo que hicimos-o
incluso en respuesta a algo que dijimos o un pensamiento que estaba en nuestra
conciencia, entonces nosotros debemos compartir la responsabilidad por el daño
que nos fue causado.
Aquí tenemos un buen ejemplo. Los jajamím
(sabios) han escrito: “Vístete tan bien como se visten las demás personas, de
modo que no les hagas sentirse superiores a ti”. Eso demuestra el gran poder de
la vista, así como la responsabilidad que debemos asumir por lo que los demás
ven en nosotros. Se dice que el sentido del oído no es nada en comparación con
el de la vista, debido a que “los ojos son la ventana del alma”. Los ojos de un
individuo también son ventanas a su sabiduría interior; cuando alguien es
verdaderamente sabio, la Ór Jojmá (Luz de Sabiduría) irradia a través de sus
ojos.
Debido a que la imagen del mundo es
vista en los ojos del hombre, y todos los colores se encuentran en ellos
también y el color blanco que hay en ellos es como el gran océano que rodea al
mundo por todos lados, el otro color que hay en ellos es como la tierra que las
aguas hicieron emerger y la tierra se encuentra en medio de las aguas. De igual
forma, este color se encuentra entre las aguas, en este color blanco que alude
al agua del océano.
El otro, el tercer color, se
encuentra en el medio del ojo. Este es Jerusalén, el centro del mundo. El
cuarto color que se encuentra en el ojo – lo negro en el ojo – es donde se
encuentra todo el poder de la vista de todo el ojo. Se llama “bat-äin - pupila”
y en esa pupila, se refleja el rostro. Y la visión más preciada de todas es
Sion, el punto en el centro de todo. La visión de todo el mundo se ve aquí, y
la Shejiná- la belleza de todo y la imagen de todo – está presente allí. Este
ojo es la herencia del mundo. Por esta razón, aquel que muere lo abandona y su
hijo lo toma y lo hereda.
(Zóhar, Vaijí 32:341-342)
Lamentablemente, la mayoría de
nosotros no hacemos uso del poder espiritual de nuestros ojos, así que sólo
vemos la dimensión física. Tenemos que comenzar a usar nuestros ojos para
percibir la realidad espiritual, para ver lo bueno en las demás personas y en
el mundo en general.
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