martes, 5 de diciembre de 2017

JANUKA: LUZ EN LA OSCURIDAD



JANUKÁ: LUZ EN LA OSCURIDAD

Hace no mucho tiempo atrás, toda la Unión Soviética era una inmensa prisión. Sus ciudadanos se veían privados de muchas libertades que nosotros damos por obvias, incluyendo el derecho de practicar nuestra religión y de vivir en el lugar que uno elige, o incluso de emigrar a otro país si se desea hacerlo. Cualquier ciudadano ruso que deseaba salir de la Unión Soviética era considerado un traidor a su patria. Cada vez en mayor número, los judíos de Rusia comenzaron a declarar abiertamente su deseo de partir de la Madre Rusia y establecerse en la Tierra de Israel. Estos intrépidos judíos fueron llamados “los prisioneros de Tzión”. Entre ellos se encontraba un hombre joven llamado Yoséf Mendelevich. 

Lo increíble es que Yoséf no sólo proclamó su intención de vivir en la Tierra de Israel, sino que también intentó cumplir su sueño a través de un acto audaz y dramático que finalmente logró que se conociera en todo el mundo la terrible situación que atravesaban los judíos rusos.

El día en el cual intentó escaparse hacia Israel en un avión robado, fue arrestado por la infame KGB –la policía secreta soviética- y condenado a muerte. Debido a la presión ejercida por los países libres de todo el mundo, su sentencia eventualmente fue conmutada por una larga y dura condena en la temida prisión Vladimir en Siberia.

Vladimir era una espeluznante institución dedicada a la destrucción del espíritu humano. Adentro del complejo de la prisión, las condiciones de vida eran atroces. Las raciones de comida variaban en su contenido calórico entre por debajo de las necesidades mínimas hasta llegar al nivel de inanición, el ejercicio y el aire fresco eran mínimos y el contacto con el mundo exterior también estaba estrictamente limitado y –a menudo- directamente suspendido. A Yoséf no le permitieron contar con sus artículos religiosos y tampoco tenía permiso para cumplir mitzvót. Pero con todo este terror indescriptible, la intimidación, la desmoralización y los frecuentes castigos, la KGB no logró quebrar la férrea voluntad de Yoséf por cumplir con los mandamientos de Di-s.

Un helado invierno, un simple pensamiento lograba entibiar el alma de Yoséf: Januká se aproximaba. Yoséf soñaba con encender la menorá de Januká, algo que era virtualmente imposible dadas las circunstancias. Sin ninguna duda, las autoridades de la prisión nunca le permitirían cumplir con esta mitzvá y reaccionarían violentamente ante la mera propuesta. Sin embargo, Yoséf puso su cabeza a trabajar y desarrolló un plan inteligente y factible de llevar a cabo.

Cada día, él guardaba un poco de sus magras raciones, aunque eso implicaba sobrevivir con una dieta de hambre. Cuando nadie lo miraba, guardaba en su bolsillo una corteza de pan o una rodaja de papa. Después, cuidadosamente escondía esos valiosos retazos en una pequeña cornisa que había en su celda y rezaba pidiendo que ningún guardia descubriera sus curiosas “provisiones”.  Acumular comida era considerado un acto criminal y si lo descubrían, no sólo que la comida sería confiscada, sino que también el perpetrador sufriría un cruel castigo. Al igual que con todas las otras mitzvót que él cumplió en la prisión de Vladimir, también en este caso Yoséf aceptó correr el riesgo.

El día anterior a Januká, Yoséf apenas podía contener su emoción. Ahora sólo le faltaba arreglar un detalle final y crítico. Tratando de llamar la atención lo menos posible, Yoséf cambió algunas de sus raciones a otros prisioneros a cambio de una etiqueta de cigarrillos y una caja de fósforos. A los cigarrillos no los necesitaba, pero los fósforos eran el ingrediente crucial que le faltaba para completar su plan. Con los dedos temblando, Yoséf abrió la caja de fósforos y encontró adentro cuarenta y cuatro fósforos –exactamente el número que necesitaba para utilizarlos como velas de Januká.

Y así fue que bien tarde esa primera noche de Januká, cuando finalmente todos estaban durmiendo y no había ningún guardia  a la vista, Yoséf insertó los fósforos en los restos de pan y de papa y de esa manera creó una menorá de Januká secreta. Los fósforos ardieron apenas unos segundos, pero proveyeron una interminable luz e inspiración para Yoséf Mendelevich en las profundidades de la prisión Vladimir en Siberia.

(“Luz en la Oscuridad, Las Mejores Historias” de Janój Teller).



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