PARASHÁT BEHÁR - (Vaikrá/Levítico
25:1-26:2) - Montaña/Trabajar la tierra, su tenencia justa/Prosperidad
Por Kabbalah y Torah
LA FELICIDAD VERDADERA
Antes de que podamos comenzar a
preguntar qué podemos hacer para garantizar que sólo tengamos bendiciones y no
maldiciones en nuestra vida, debemos entender por completo lo que son las Berajót
(bendiciones) y las Kelalót (maldiciones) verdaderamente. Sabemos que la Kelalá
(maldición) más poderosa del Satán es la tristeza, porque es una negación
directa de la Esencia de Di-s, la cual es dicha pura. Lo difícil es que todos
en el mundo creen que saben lo que es la felicidad. Parece muy sencillo:
Cualquiera que obtenga lo que desea en la vida es feliz. Debido a esta
creencia, pensamos que cualquier persona con poder, dinero o influencias debe
ser feliz. Constantemente escuchamos: “¡Ellos tienen mucho dinero... se van de
vacaciones a lugares lejanos en su jet privado... qué vidas tan fabulosas
tienen... eso es felicidad verdadera!”. Pero, si observamos con atención, entre
las personas más adineradas vemos a las más tristes, amargadas y llenas de
problemas. Probablemente muchos nunca viven un momento de felicidad en todo el
año, ¡excepto posiblemente cuando duermen!
Ahora podemos ver cuán superficial
es nuestra perspectiva acerca de la felicidad. Si queremos encontrar gente
verdaderamente feliz, cada uno de nosotros debe buscar en su interior. No
debemos examinar a nuestros amigos o familiares en búsqueda de una respuesta.
Sólo porque alguien tenga ciertas cosas no quiere decir que sea feliz. Cuando
afirmamos que sabemos lo que es la felicidad, estamos hablando de la felicidad
momentánea y efímera; cuando, en realidad, de lo que queremos saber es acerca
de la felicidad que viven aquellas personas cuyos rostros brillan todo el
tiempo, que no necesitan cosas físicas que les brinden dicha. Por supuesto,
estas mismas personas van al cine y compran objetos personales, pero no es eso
lo que les trae felicidad.
El Rav Berg ha hablado de las
personas que van a los bares los viernes en la noche. Van a un bar, se quedan
un rato, luego van a otro bar, y después a otro y otro más; deben moverse toda
la noche. Si no están disfrutando, ¿por qué siguen yendo de un bar a otro?
Somos individuos que disfrutamos las cosas por un instante pero, cuando el
placer acaba, buscamos otra cosa que nos dé placer, después otra, y así
sucesivamente.
Al igual que el final de una
película: el momento de entretenimiento termina, el placer se va. La felicidad
no se queda con nosotros, así que mañana necesitaremos ver otra película. Pero
lo que realmente estamos buscando es felicidad verdadera, no la felicidad que
hoy está y mañana desaparece. Casi cada momento de placer en este mundo es
momentáneo y temporal.
La verdad es que todo este mundo es
demasiado acelerado. Todo lo que deseamos debe llegar a nosotros de forma
inmediata, de lo contrario estamos irritables o furiosos. Parece imposible
encontrar la felicidad duradera en un mundo así. Cada vez que sale algo nuevo,
todos corren a buscarlo. Cuando desaparece, otra cosa toma su lugar y,
nuevamente, corremos tras de ella. Computadoras nuevas, programas nuevos,
videojuegos nuevos; todos quieren ser el primero en tenerlo, verlo y usarlo. Y
después de una semana, la tendencia pasa. La gente cree que estas cosas les
traerán felicidad, pero sabemos que esto no es cierto porque no correríamos
tras el segundo objeto si el primero nos hubiese dado felicidad duradera. Y el
mismo principio funciona con los alimentos: el sabor desaparece casi
inmediatamente e, igual de rápido, el cuerpo inicia el proceso de eliminación.
Este caso es ejemplificado en la forma en que comemos las semillas de girasol:
antes de que siguiera terminemos de masticar lo que tenemos en la boca, ya
estamos abriendo la cáscara siguiente.
Si les preguntamos a los ricos
-aquellos que pueden despilfarrar el dinero sin sentir ninguna ansiedad- acerca
de la felicidad, ¿qué responderían? “No somos felices y no hemos encontrado lo que
estamos buscando en la vida”. Afortunadamente, no ocurre de esa manera con
todos, pero la mayoría de las personas adineradas experimentan problemas, sin
importar cuánto dinero poseen.
Si les preguntamos a las personas
moderadamente acomodadas -aquéllas que no tienen todo el dinero que quieren,
pero no les falta nada de todas maneras-, con frecuencia vemos personas muy
trabajadoras que desean más, a pesar de que tengan todo lo que verdaderamente
necesitan. Usualmente, estos individuos están tan ocupados tratando de hacer
dinero que, finalmente, no tienen el tiempo para disfrutar del dinero que han
hecho. ¿Qué clase de felicidad puede ser esa?
Y si les preguntamos a los
trabajadores pobres -aquellos que apenas llegan a fin de mes y quienes
difícilmente tienen suficiente para comer- si son felices, ¿qué responderían?
Trabajan todo el día, a veces por las noches y, no obstante, se dan cuenta que
se encuentran en el fondo de la escala económica a pesar de que trabajan más
arduamente que todos. Ellos están seguros de que los empleadores ricos son
felices mientras que ellos, los empleados, son los individuos menos felices del
mundo.
Parece como si nadie en este mundo
pudiera encontrar la felicidad. Así que nos debemos preguntar cómo puede ser
posible que Di-s haya creado el mundo de tal manera que nadie pueda ser feliz y
todos sufran. Sin embargo, sabemos que esto es imposible porque el Creador creó
este mundo sólo para que nosotros y el resto de la Creación obtuviéramos placer
en él. ¿Cómo podemos corregir todo esto de modo que nuestra tristeza sea
reemplazada con felicidad? Primero tenemos que entender que la Fuente de toda
felicidad es el Creador. Di-s diseñó el camino para que nosotros alcancemos la
felicidad pero, para poder entender esto realmente, también es importante
entender la maldición del Satán; la maldición que pone límites a nuestra
felicidad y placer en esta vida. ¿Dónde está el problema? Debe estar dentro de
nosotros, ya que el Creador no tiene defectos y creó el mundo a perfección;
nosotros somos quienes destruimos la creación de este mundo perfecto.
BeHár significa “en la montaña”. En
esta parashá, “en la montaña” se refiere al Monte Sinaí, el cual es una de las
montañas más pequeñas del mundo en realidad. Los jajamím (sabios) enseñan que
debido a que el Monte Sinaí es tan pequeño, espiritualmente representa una
falta de ego. Cuando se les preguntó a todas las montañas por qué debían ser
escogidas para la inmensa revelación de Luz que tuvo lugar en la entrega de los
Diez Enunciados, todas estas dieron grandes razones por las cuales debían ser
escogidas. El Monte Sinaí, al no tener ego, estaba dispuesto a ser escogido
pero no se sentía merecedor de ese honor; por lo tanto, se le otorgó la enorme
dádiva de ser el lugar de la Revelación. Cuando conectamos con este capítulo en
particular, tenemos una oportunidad de hacer una conexión con la energía del
Monte Sinaí mediante la renuncia a nuestro ego.
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