KABBALÁH Y SEXUALIDAD SAGRADA -
Parte 1
El impulso sexual en el ser humano
es más que un simple acto de procreación para la preservación de la raza
humana. Asimismo, el placer sexual no es un «inteligente» incentivo creado en
la evolución natural para invitar a los hombres a unirse.
La vida animal en este planeta se
une sexualmente para procrear pero sólo el hombre lo hace a voluntad. Todos los
animales primitivos, incluidos los monos, tienen épocas de celo, o períodos en
que la hembra de cada especie es sensible a las insinuaciones sexuales del
macho. Si la hembra no se encuentra en su ciclo estral, es decir,
biológicamente preparada para ser fecundada, entonces, ni el macho, ni ella
sentirán interés por el acoplamiento. La mujer sin embargo, aun siendo más
receptiva sexualmente durante su ciclo fecundo, sigue sensible a los encuentros
sexuales fuera de su ciclo estral, cuando no puede ser fecundada.
El hombre, a su vez, muestra interés
por el sexo, esté o no la mujer en su ciclo fecundo.
El placer sexual, también es un
rasgo permanente de la vida humana, pueda o no el individuo producir
descendencia.
Los biólogos se muestran
desconcertados ante esta capacidad humana de disfrutar de una actividad sexual
independientemente de las ventajas naturales tales como la procreación. En
efecto, todo lo que la naturaleza hace tiene una razón de existir.
El canto de los pájaros, tan
agradable al oído, es en realidad una señal de advertencia a los demás, para
que no penetren en el territorio del que canta.
Los colores brillantes, y la
fragancia de las flores, están destinados a atraer a los pájaros y los insectos
responsables de su polinización. Existe un motivo para que el elefante tenga
defensas (“colmillos”), y el león una melena, para que la hierba sea verde, y
los océanos tengan mareas. Pero no hay motivo alguno, al menos aparente, para
que, de todas las criaturas de este planeta, el hombre se acople a voluntad;
por lo menos no hay ninguna razón evolutiva para ello.
Todas las criaturas, hasta las
especies más primitivas, muestran una tendencia a acariciar o mimar su pareja
eventual. Peces, pájaros, insectos y mamíferos se entregan a menudo a unos
rituales amorosos muy complejos antes del acoplamiento. Algunas especies de
monos se acicalan mutuamente con afecto, antes y después del acoplamiento. Este
impulso primordial que algunos biólogos después explican como una preparación
necesaria al acto sexual, se convierte en el ser humano en el sentimiento
arrollador que llamamos amor. Está presente en las formas primitivas de vida
como un débil soplo de divinidad que se expresa en toda la creación a través de
la unión de la hembra y del macho de cada especie.
Como el hombre fue creado a la
imagen de Di-s, el impulso sexual en el ser humano es más que un simple impulso
de procreación. Es un atributo divino que muestra el vínculo con la Divinidad.
Como es sabido, para los kabbalístas,
Di-s es a la vez masculino y femenino. La unión entre las manifestaciones
masculina y femenina dio paso a la creación del universo. Pero aunque existen
dos aspectos de Di-s, la unidad entre ellos es tan eterna que el kabbalísta
sigue refiriéndose a Ellos como uno. Por eso es porque el Shemá recalca:
Escucha, Oh Israel, el Señor nuestro
Di-s, el Señor es Uno.
La caída de Adán provocó el exilio
del aspecto femenino de Di-s, la Shejiná, lejos de su novio Divino. El lugar de
su exilio es nuestro mundo material y nos incumbe a nosotros con nuestras
buenas acciones, acelerar su retorno hacia Su Señor. Una vez por semana,
durante el tiempo del Shabbát, tiene lugar una nueva unión entre la Shejiná y
Su Novio. Este matrimonio sagrado, o conjunción, se consuma todos los viernes
en jatzót (media noche). Por esta razón muchos judíos devotos y kabbalístas
practicantes celebran el acto marital en ese momento, pensando que su unión
está bendecida por la Shejiná que se regocija en su propia unión con su Señor.
Este hierosgamos o Zivvugá kaddishá, como lo llama el Zóhar, se consuma en la
unión entre Tiféret (el Novio Sagrado) y Maljút (la Shejiná). Tiféret es la
esfera que representa el aspecto masculino de Di-s porque se encuentra
inmediatamente debajo de Kéter en el Pilar del Medio y es el recipiente de las
fuerzas de las cinco primeras sefirót. Tiféret también se llama Zéër Anpín, el
Semblante o Rostro Menor, y Mélej, el rey. Es la fuerza equilibradora suprema
del Árbol de la Vida y sus energías se extienden a las otras esferas del Árbol.
Es la única esfera que tiene senderos que la conectan a todas las demás
sefirót, excepto Maljút, el símbolo del mundo material y la encarnación de la
Shejiná.
La energía que fluye de Tiféret está
separada de Maljút por la novena sefira, Iesód, que intercepta el fluido divino
(Shéfa), privando Maljút de sus rayos proporcionadores de vida. Esto causa un
eclipse de la luz de Tiféret que deja Maljút en la oscuridad y la confusión.
Esto es por lo que Tiféret está asociado astrológicamente con el Sol, Iesód con
la Luna y Maljút con la Tierra. En cuanto la Luna se sitúa entre el Sol y la
Tierra tiene lugar un eclipse solar. En el Árbol de la Vida y por consiguiente
a la vez en el mundo y en el universo, la luz de Tiféret que representa la
energía del aspecto masculino de Di-s, está siempre en eclipse. Esto es por lo
que Maljút, la Shejiná, está en el exilio, y nuestro mundo está sumido en la
confusión.
Iesód, la sefirá intercesora, es la
esfera de la mente y del Mundo Astral. Es sobre Iesód que el kabalísta trabaja
para hacer cambios en el mundo material. Pero la luz de Iesód no es una luz pura.
Su luz la refleja Tiféret y la temperan las fuerzas de Nétzaj y Hód. Nétzaj es
conocida como la Firmeza, pero si su virtud es la generosidad, su vicio es la
lujuria.
Sus cualidades flotan entre la
ilusión y la realidad. Hód, por otro lado, tiene como virtud la verdad y como
vició la falta de honradez. Simboliza la prudencia pero también el pensamiento;
la ligereza pero también la debilidad. Las fuerzas combinadas de Nétzaj y Hód,
no tan puras y fuertes como las de Tiféret, ven su luz reducida al pasar por
Iesód.
Las correspondencias de Nétzaj son
el lomo, las caderas y las piernas. Las correspondencias de Hód son los órganos
sexuales. Nétzaj y Hód son por lo tanto las semillas, las primicias el instinto
impulsor que une Tiféret a Maljút, pero por sus cualidades sexuales, la unión
dista de ser perfecta ya que la facilita Iesód, el receptáculo de los elementos
de Hód y de Nétzaj, y por lo tanto, la luz resultante no es pura luz cósmica de
Tiféret. Por consiguiente la luz que recibe la Shejiná no alcanzará una unión total
con Su Divino Esposo sino en la Edad Mesiánica, cuando todas las chispas de luz
prisioneras de las klippót se liberen por fin, y la verdadera y perfecta luz de
Di-s ilumine con igual poder las diez sefirót. Mientras tanto, ella se une a Él
durante el Shabbát.
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