EL ARÍ: UN ÁNGEL HUMANO - Parte 1
Hay un número selecto de individuos
que viven en un plano tan por encima del resto de la humanidad, que parece como
si fueran una especie de seres completamente diferentes y superiores. Enseñan y
entendemos poco, pero con los trocitos que vislumbramos, podemos construir
montañas. Tal persona fue Rabbí Isaac Luria (1534-1572 E.C), reconocido como el
más grande cabalista de los tiempos modernos.
Rabbí Isaac Luria es comúnmente
conocido como el Arí, acrónimo que significa: Elohí Rabbénu Itzják: Nuestro
maestro Isaac el Divino. Ningún otro Ráv o Jajám (sabio) alguna vez tuvo esta
letra Álef extra, representando-Elohí-Divino-prologado a su nombre. Esto era
una señal de lo que sus contemporáneos pensaban de él. Las generaciones
posteriores, temerosas de que esta apelación pudiera ser malentendida, dijeron
que esta Álef representaba a Ashkenazí, lo que indica que su familia se había
originado en Alemania, como de hecho lo había hecho. Pero el significado
original es el correcto, y hasta hoy entre los cabalistas, a Rabbí Isaac Luria se
lo conoce como el “Santo Arí”.
Es relativamente fácil que un gran
líder se convierta en figura legendaria siglos después de su muerte. Incluso
hay casos en que un individuo se convierte en leyenda en su propio tiempo,
especialmente para las masas que nunca se acercan demasiado a ellos. Pero, por
lo general, cuanto más se llega a la leyenda, más se desvanece, hasta que los
más cercanos a él ven al legendario personaje como poco más que un ser humano
dotado de talento, si llegan a eso. En el caso del Arí sucede justamente lo
contario. Su discípulo más cercano, Rabbí Jaím Vital, que pasó días y noches
con él, lo veía como nada menos que como un ángel humano.
En cierto lugar aparece una responsa
que Rabbí Ioséf Karo envió al Arí. El Arí está investigando sobre un problema
legal que involucraba a una cuasi sociedad donde un socio muere y la mercancía
se pierde. El gran Ioséf Karo responde como un estudiante ante su maestro,
aferrándose a cada palabra de la pregunta del Arí. Uno debe recordar que en
este momento, el monumental código de Karo, el Bét Ioséf, ya había sido impreso
y publicado, y que era considerado uno de los principales líderes de ese
período. Por lo general Karo escribe como la mayor autoridad, incluso a las
principales luminarias de esa generación. Sin embargo, ante el Arí, él está
totalmente sujeto, tanto espiritual como intelectualmente. También se rumoreaba
que Ioséf Karo estuvo deseoso de entrar como discípulo directo del Arí en el
estudio de la Kabbaláh, pero se desanimó. El Arí dijo que Karo estaba destinada
a ser una autoridad en la Halajá (ley), y no en la Kabbaláh.
Las enseñanzas del Arí obtuvieron el
estatus de autoridad principal, en el mismo nivel que el Zóhar mismo. Todas las
costumbres del Arí fueron escrutadas, y muchas fueron aceptadas, incluso en
contra de la práctica previa. El gran codificador polaco, el rabino Avrahám
Gombiner (1635-1683 E.C), autor del Maguén Avrahám (Escudo de Abraham), toma las
costumbres personales del Arí como precedentes jurídicamente vinculantes. Al
decidir las disputas que habían permanecido sin resolver durante centurias, a menudo
cita la costumbre del Arí como la autoridad final. El hecho de que el Arí había
actuado de cierta manera fue suficiente para convencer a este legalista tenaz
de que esta era la opinión correcta.
El Arí nació en Jerusalén en el año
5294 del calendario hebreo, 1534 de la Era Común, y se dice que el mismo Eliáhu/Elías
asistió a su ceremonia de Berít Milá (Circuncisión). Cuando tenía ocho años,
fue reconocido como un niño maravilla, un prodigio que ya eclipsaba a las
mentes más brillantes de Jerusalén. A esta tierna edad, cuando la mayoría de
los niños apenas comienzan a leer, él ya había dominado los recovecos del Talmúd
y había memorizado docenas de volúmenes. Si solo hubiera sido un erudito del
Talmúd, se hubiera unido al rango de los más grandes de todos los tiempos.
El padre del Arí, Shelomó Ashkenazí,
murió cuando todavía era un niño pequeño, y como su mamá no podía mantener a la
familia se fue a Egipto, donde vivió con su hermano, Mordejái Francés, un rico
agente fiscal. El joven prodigio fue puesto bajo la tutela del rabino Betzalél
Ashkenazí (1520-1592 E.C), mejor conocido por su importante comentario
talmúdico, el Shittá Mekubbetzét (Método de Compilaciones). También hay
evidencia de que el joven también estudió con el gran Radbáz (Rabbí David ben
Zimrá), que era entonces el principal rabino de El Cairo. Según un relato
confiable, el propio Arí también escribió un gran comentario talmúdico en esta
época.
Habiendo dominado a fondo el
laberinto del pensamiento talmúdico, el Arí descubrió el Zóhar cuando tenía
diecisiete años, y obtuvo su propia copia del manuscrito. Pero aún más
importante fueron los quince años que pasó en meditación, primero con el rabino
Betzalél y luego solo. No sabemos con certeza qué métodos usó, pero se sabe que
tanto Radbáz como el Rabbí Jaím Vital conocían las obras de Abulafia y hablaban
muy bien de ellas.
Otro vínculo interesante que
necesita exploración involucra al Rabbí Ioséf Taitatzák. Se sabe que al menos
dos de las principales obras de Taitatzák estaban dedicadas a Avrahám Castro,
que era el dueño de la casa de la moneda en Egipto. De la redacción de su
dedicación, parece que además de ser un gran filántropo, Castro fue visto como
un tzaddík (justo) y mekubbál (cabalista) de grandes proporciones. También hay
indicios de que Castro había fundado una escuela secreta en Egipto basada en
las enseñanzas del Rabbí Taitatzák.
Cuando combinamos esto con el hecho
de que fue Castro quien obtuvo el nombramiento del Radbáz como rabino jefe de
El Cairo, y que el Radbáz mantenía correspondencia con Taitatzák, vemos un
vínculo importante. El Arí estaba asociado con la escuela del Radbáz, y estudió
con su discípulo principal, el rabino Batzalél Ashkenazí. Esta escuela, sin
embargo, parecía tener una relación íntima con Ioséf Taitatzák.
Sin duda sería muy significativo
descubrir el vínculo entre el Arí y Taitatzák, pero no existe evidencia directa.
Si bien el estilo del Arí exhibe la misma complejidad detallada que Taitatzák,
el sistema del Arí está construido completamente sobre el Zóhar, mientras que Taitatzák
aparentemente evita por completo el Zóhar. Aún así, el Arí casi con certeza conocía
las enseñanzas de Taitatzák, y la conexión entre los dos debería explorarse más
a fondo.
La práctica meditativa más importante
del Arí involucraba al Zóhar mismo. Rabbí Jaím Vital presenta evidencia de que
el Arí pasaba días e incluso semanas, absorto en un solo pasaje del Zóhar, permaneciendo
con él hasta que hubiese captado su significado más profundo. Si bien es
completamente posible que se tratara de un ejercicio puramente intelectual,
también es muy posible que el Arí usara pasajes del Zóhar a modo de hagah (mantra),
al igual que otros usaron pasajes de la Torá y la Mishná. Los estados inducidos
por tal meditación habrían resultado precisamente en la conciencia del Zóhar
que es evidente en todas las enseñanzas del Arí.
El Arí pasó dos años meditando solo
en una cabaña cerca del Nilo, y al final de este período recibió el mandamiento
de ir a Tierra Santa, según la leyenda, de los labios del propio Eliáhu
HaNaví-Elías el Profeta. Sin descartar por completo la leyenda, también podemos
especular que el Radbáz también ejerció cierta influencia en esta área. Este
sabio antiguo se había ido a Tierra Santa en 1553, y ya estaba en Saféd en ese
momento. No hay duda de que conocía tanto al Ramák (Rabbí Moshé Kordovero) como
a Rabbí Jaim Vital, quienes se encontraban entre los cabalistas líderes del
mundo. Quizás el Radbáz se dio cuenta de que unir al Arí con estas fuerzas tendría
el efecto de elevar la Cábala a alturas sin precedentes, como de hecho lo hizo.
En cualquier caso, el Arí llegó a
Saféd durante el verano de 1570 y comenzó ocultando sus dones por completo.
Solo estuvo allí un corto tiempo cuando el Ramák murió el 26 de junio de 1570
(23 de Tammúz, 5330). Según la leyenda, el Ramák ya había decidido que el Arí
lo sucedería como líder de la escuela de Saféd, y esto fue señalado por una
columna de fuego que siguió al féretro del Ramák.
Hay claros indicios de que, en esta
época, Rabbí Jaím Vital estaba profundamente involucrado en su comentario al Zóhar,
y no estaba al tanto del Arí. Rabbí Jaim Vital podría haber estado en Damasco
en aquellos momentos inconsciente tanto de la llegada del Arí como del
fallecimiento del Ramák. Él escribe que no vio al Arí hasta seis meses después
de su llegada a Saféd, y esa fue la razón por la que inicialmente pensó que su
propio conocimiento de la Cábala era superior al del Arí. Todo lo que necesitó,
sin embargo, fue una reunión única, y Rav Jaím Vital se convenció de la
impresionante estatura del Arí. No pasó mucho tiempo antes de que suplicara
convertirse en el discípulo de este último.
De acuerdo con nuestras mejores
estimaciones, la reunión inicial entre el Arí y Rabbí Jaím Vital tuvo lugar en
febrero de 1571. Fue en este momento que el Arí le informó que había venido de
Egipto específicamente para enseñarle, y que este era uno de las tareas más
importantes en la vida. A partir de ese momento, los dos fueron inseparables.
Es difícil imaginar la cantidad de
información que pudo haber circulado entre los dos. Según sus propios relatos,
Rabbí Jaím Vital fue discípulo del Arí durante menos de dieciocho meses, y
durante este período, obtuvo un dominio completo del sistema Luriánico. Los
escritos que Jaím Vital produjo en este campo abarcan más de una docena de
grandes volúmenes, cada uno intrincadamente compilado y escrito en un estilo
extremadamente escueto. Es a partir de esto que podemos entender el genio de
estos dos individuos, así como su alto nivel espiritual.
El Arí falleció el 15 de julio de
1572 (5 Av, 5332), apenas dos años después de su llegada a Saféd. Durante su
breve estancia allí, había reunido a un grupo de aproximadamente una docena de
discípulos, con Jaím Vital a la cabeza, los cuales continuaron revisando sus
enseñanzas. En su mayor parte, fue Rabbí Jaím quien los puso por escrito. Las
obras principales son Ëtz Jaím (El Árbol de la Vida) y Perí Ëtz Jaím (El Fruto
del Árbol de la Vida), así como Shemoné Shaärím (las Ocho Puertas), que tratan
de todo, desde comentarios bíblicos hasta la inspiración divina y la reencarnación.
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