PLACERES REDIMIBLES - 2

PLACERES REDIMIBLES - 2

 

Por Kabbalah y Torah en Expansión 

 

El sangrado al nacer también comenzó con el pecado primordial; si Adam y Javvá no hubieran pecado, el parto se produciría sin sangrado (y así será en el futuro).

 

Esta es también la razón por la que se vuelve impura durante 7 días cuando da a luz a un niño, pues cuando ella aporta su rojez primero, la descendencia es masculina.

 

Se nos enseña que “cuando la esposa da su semilla primero, dará a luz un varón; cuando el marido da su semilla primero, dará a luz una mujer” (Berajot 60a). El hecho de que la mujer diera a luz a un niño significa que cuando el niño fue concebido su feminidad tomó el papel principal; su deseo de expresar la divinidad en el mundo produjo un varón, ya que los varones están obligados a cumplir Mitzvot más activas que las mujeres.

 

Con esto también comprenderemos por qué, de los 4 prepucios del hombre, solo el de su órgano reproductivo está circuncidado. Esto se debe a que estos 4 prepucios aluden a los 4 años durante los cuales el fruto de un árbol se considera ‘Örlá’ (“prepucio”). El prepucio del órgano reproductivo es donde pecó Adam, por lo que evoca la inyección del veneno de la “Serpiente” y el pecado sexual, conocido como el mal; este órgano está, por lo tanto, compuesto de bien y mal.

 

La Torá usa la expresión ‘Ärel’ (“incircunciso”) para referirse a 4 órganos humanos: el órgano reproductor masculino, los oídos, el corazón y la boca. (Véase Berreshit Rabbá 46:5). Estos órganos se describen como “incircuncisos” o con ‘Örlá’ (“prepucio”) cuando la persona no los usa para ser sensible a los demás ni a HaShem.

 

Cuando se planta un árbol, se nos prohíbe comer el fruto que produce durante sus primeros 3 años. Esta prohibición se llama ‘Örlá’, que significa “prepucio”. Los ‘Jajamim’ (sabios) explican que esto se debe a que debemos tratar el fruto como si estuviera bloqueado por algún tipo de prepucio.

 

El fruto que el árbol produzca durante el cuarto año deberá llevarse a Ierushaláim (Jerusalén) y comerse ese año dentro del recinto de la ciudad santa (Vaiikrá 19:23-24).

 

En la Kabbalá, se explica que el fruto del árbol durante sus primeros 3 años pertenece a los 3 reinos del mal absoluto de las Kelippot’ (“cáscaras”) que no pueden ser elevados por el consumo humano; por eso está prohibido comerlo. El fruto del cuarto año proviene del reino de ‘Kelippat Noga’ (“la cáscara translúcida”), que es el reino de la realidad que abarca todo lo que no es intrínsecamente bueno ni intrínsecamente malo, sino que asume la condición de bueno o malo según cómo se use. Todo lo que proviene de este reino no está prohibido por la Torá (pues entonces sería “malo”) ni expresamente legislado (pues entonces sería una Mitzvá), sino simplemente permitido. Este reino incluye, por ejemplo, todos los alimentos Kasher y las actividades permitidas por la Torá, pero no específicamente obligatorias. Si comemos estos alimentos o realizamos estos actos con fines sagrados, su estatus asciende al reino de la ‘Kedushá’ (Santidad); si los comemos o los realizamos con fines egoístas o profanos, su estatus desciende al reino de la ‘Tumá’ (“impureza”). El fruto del cuarto año del árbol no está prohibido para el consumo, pero debe comerse en la ciudad santa; debe ser elevado a la Kedushá. Por lo tanto, expresa la dinámica moral de la cuarta ‘Kelippá’ (“cáscara”).

 

Los oídos, el corazón y la boca deben protegerse escrupulosamente de cualquier contacto con el mal; cualquier “prepucio” en estos órganos -experiencia de insensibilidad, individualidad y ego no rectificado- es malo y debe ser rechazado. Sin embargo, con el órgano sexual, la situación no es tan clara. Es necesario cierto grado de autoconciencia y auto-orientación para que las relaciones matrimoniales se desarrollen. Es cierto que se nos insta a santificar nuestra sexualidad tanto como sea posible, pero, a diferencia de los otros 3 órganos, el proceso de santificación no consiste en eliminar la conciencia animal, sino en refinarla para que sirva como una ventana a nuestra alma divina. Esta es la paradoja de las relaciones matrimoniales: cada miembro de la pareja debe centrarse en dar placer al otro, pero para que cada uno lo haga con éxito, el otro debe complacerse experimentando su propio placer. Así, cada miembro experimenta su propio placer como una forma de ayudar al otro a cumplir su objetivo de complacer. Además, cuanto mayor es mi placer, mayor es el éxito de mi pareja y mayor su placer por haberme complacido. Por lo tanto, es irónicamente crucial para el altruismo del acto que cada uno experimente el máximo placer posible, aunque no por el placer propio. Activamente, busco el placer de mi pareja; pasivamente, busco el mío. Las relaciones matrimoniales son, por lo tanto, a la vez sumamente altruistas y sumamente satisfactorias.

 

Obviamente, pasar de experimentar placer por la pareja a experimentar placer por uno mismo es muy fácil. Por lo tanto, dado que cierto grado de autoconciencia debe permanecer en las relaciones matrimoniales, el peligro de caer en el mal es mucho mayor. La sexualidad, en este contexto, es la cuarta “capa” que puede ir en ambos sentidos. Dado que su potencial para el mal es mucho mayor que el de los otros 3 órganos, solo requiere la circuncisión física. Con los demás, basta la “circuncisión” espiritual, es decir, las actitudes adecuadas generadas por la formación sagrada.

 

Respecto a la coagulación del semen al mezclarse con las partes selectas de la sangre de la mujer y los restos de este proceso que se convierten en el alimento del embrión, todo esto se alude en el versículo (Tehil´lim 51:7):

 

HEN-beÄVÓN  JOLALETTI  uveJET  IEJEMATNI  IMMÍ

 

“He aquí, en transgresión he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”.

 

‘ÄVÓN’ (“transgresión”) se refiere a la blancura del padre, y ‘JET’ (“pecado”) a la blancura de la madre.

 

De igual manera, el versículo (Iiiov 10:10):

 

“¿No me derramaste como leche, y como queso me cuajaste?”

 

Se refiere a lo mismo.

 

‘UVEJET  IEJEMATNI  IMMÍ’ (“y en pecado me concibió mi madre”) no significa que las relaciones maritales sean pecaminosas ‘Jas VeShalom’ (“Di-s no lo quiera”), sino simplemente que es necesario un cierto elemento de autoconciencia para que se lleven a cabo como HaShem desea, como se mencionó anteriormente.

 

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