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Por Kabbalah y Torah en Expansión
Podemos notar 2 elementos en el
proceso de revelación de la ‘Gueul´lá’ (Redención) (ver Risa Redentora - 1):
uno profundamente inspirador y reconfortante, y otro aleccionador.
En primer lugar, un concepto
fundamental es que la redención no es simplemente el fin del dolor de la
prueba, la liberación y el alivio que se siente al despertar del terror. Al
contrario, la prueba misma, el sufrimiento mismo, se convierte en la redención.
Esto debe entenderse. Todo lo que HaShem hace es bueno, no solo el resultado
final. En las emociones indescriptibles que debieron sentir los hermanos al
comprender que se enfrentaban a Iosef, estaba la comprensión de que lo que
habían vivido era esencial, que les había salvado la vida. Podían apreciar cada
detalle del tormento que habían experimentado como intrínseco a su felicidad
actual, pues sin él no habrían alcanzado la perfección. Ahora, en
retrospectiva, ¡no sacrificarían ni un solo momento de su sufrimiento anterior!
De hecho, saborearían y atesorarían cada uno de esos momentos por el resto de
sus vidas.
Esa es la verdadera alegría de la
redención: comprender que tanto la prueba como su resolución son, de hecho, la
redención. El humor supremo, la ironía suprema, reside en que, cuando se revela
la verdad, el problema se convierte en la solución. Las pruebas siguen siendo
pruebas, y a menudo este conocimiento nos impide comprenderlo en absoluto; sin
embargo, saber que estas pruebas son la esencia de la realidad última, que este
sufrimiento será fuente de felicidad, es precisamente la profunda fuente de
fortaleza que necesitamos.
El segundo elemento que notamos es
este. Dijimos que la experiencia de pasar de la crisis a la redención provoca
risa. La yuxtaposición repentina de tales extremos es la raíz de la risa
espiritual, y ese es el significado de (Tehil´lim 126:2a): “AZ IMMALÉ
SEJOK PINÚ - Entonces nuestra
boca se llenó de risa” y (Mishlé/Proverbios 31:24): ‘VATTISHJAK LEIOM
AJARÓN - y en el día postrero reirá”. Sin embargo, cuando Iosef se
reveló a sus hermanos, no se dice que rieran. Al contrario, su conmoción fue
extrema. Entendamos esto.
Cuando alguien experimenta un cambio
repentino de estado -o, dicho de forma extrema, cuando le gastan una broma
pesada-, la ironía de la situación es evidente, pero solo para los
observadores. Quien experimenta este cambio repentino no le ve la gracia en
absoluto. La conmoción de verse obligado a admitir, de enfrentarse a la propia
imagen falsa, a las convicciones arraigadas pero erróneas, a la propia
estructura de personalidad imperfecta, no es cosa de risa. Y si aquellos
hermanos, hombres de consumada grandeza espiritual que acababan de corregir su
error personal, se sorprendieron ante la revelación de la verdad, ¿cómo nos
sentiremos nosotros?
Cuando este mundo se trastorne en la
redención, la broma recaerá sobre quienes deban ser trastornados. La vida
judía, por lo tanto, es un intento de vivir en oposición a los valores
seculares del mundo; si se quiere, vivir al revés aquí. Cuando ocurra esa inversión
definitiva y masiva, desearíamos encontrarnos ya en pie y capaces de presenciar
la corrección de valores sin necesidad de experimentarla en carne propia.
Estos dos elementos siempre se
aplican. En la raíz mística se encuentra la idea de que HaShem mismo se ríe,
por así decirlo. “El que se sienta en el Cielo se reirá, HaShem se burlará de
ellos (los malvados)”. La risa de HaShem se dirige al hecho de que, a medida
que el mal se intensifica, genera su propia aniquilación. La gestión de HaShem
en los asuntos del mundo dispone las cosas de tal manera que todas las
maquinaciones malvadas de los malvados repercuten en ellos mismos, una ironía
que los ridiculiza en el sentido más profundo. Sus acciones negativas resultan
ser la fuente de su propia destrucción, y en términos espirituales, este es el
humor más sublime. Mientras ‘Parö’ (“el Faraón”) intenta desesperadamente
destruir a los niños judíos para que el redentor predicho no viva más allá de
la infancia, él mismo, sin darse cuenta, cría a ese redentor en su propia casa.
Cuando Hamán construye la horca para
Mordejai, él mismo es colgado en ella. Las fuerzas que desata para destruir al Pueblo
de Israel se utilizan para salvarlo y destruir a sus enemigos. De hecho, en el
corazón del mensaje de Purim está: “Y fue revertido”. La “inversión total” es
la historia de Purim. Toda la oscuridad de la experiencia persa se manifiesta:
el Nombre de HaShem no se menciona en la Meguil´lá, Ester, en hebreo, significa
“oculta”, e incluso el destino de los ‘Bené Israel’ (Hijos de Israel) está
sellado por pura casualidad: ‘HagGoral’ (“el sorteo”). Y todo eso se transforma
en luz: el Nombre de HaShem es ciertamente revelado, y las mismas suertes que
caen sobre la Hïl´lulá (fecha de fallecimiento) de Moshé también “casualmente”
indican su día de nacimiento. Exactamente lo mismo, pero a la inversa.
Ese es el mensaje de Purim, la
máscara y su remoción. Esa es la risa de Purim. Y aprendemos que la luz del
mundo, la Torá, se encendió en Purim: si bien la Torá fue aceptada en el Sinaí,
su aceptación más profunda y vinculante ocurrió en Purim. Dado que el Sinaí
resplandecía con una revelación evidente, dicen los comentaristas, el Pueblo de
Israel se vio obligado a aceptar la Torá; ¿cómo podrían negarla? Pero en Purim,
donde no ocurrieron milagros revelados y lo único obvio fue la oscuridad,
fueron libres de rechazarla, de negarse a ver la mano divina en los eventos
naturales. Cuando aceptaron la Torá entonces, voluntariamente, esa fue una
verdadera aceptación; ese es un vínculo permanente con la Torá.
Solo cuando existe la posibilidad de
lo incorrecto, se manifiesta lo correcto. Solo cuando es difícil, se produce un
progreso significativo. Para ampliar una famosa afirmación del Zóhar: Solo a
través de la oscuridad de las pruebas se puede revelar la luz del crecimiento
personal.
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