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Por Kabbalah y Torah en Expansión
La característica más limitante de
todas es la limitación del tiempo. Esta limitación significa que un objeto no
puede estar en 2 lugares diferentes simultáneamente. Además, el concepto de
tiempo está ligado al de ‘Shinnui’ (“cambio”). Esto significa que cuando una
cosa deja de existir y otra comienza a existir, se ha producido un cambio. El
cambio solo puede ocurrir donde la unidad y la infinitud de Di-s están ocultas,
es decir, donde la continuidad del ser no es evidente.
El tiempo se crea mediante el
proceso de extensión y retracción de la luz y la fuerza vital a medida que se
extiende hacia las vasijas inferiores y regresa a su lugar original. El
intervalo entre la extensión y el retorno de la luz y la fuerza vital, al
pulsar continuamente desde arriba, crea el tiempo. Instantáneamente, la luz y
la fuerza vital se extienden hacia abajo y luego se retraen, regresando a su lugar
original. Lo que activó o vitalizó “muere”, por así decirlo, tan pronto como la
fuerza vital se retira, y luego, al descender de nuevo, crea un nuevo ser. Este
cambio es el origen del tiempo, pues el tiempo es una medida de cambio. Este
proceso es análogo a una película. La luz que brilla a través de los fotogramas
en constante cambio de la tira de película parece crear una escena continua.
Sin embargo, en realidad, cada fotograma de la tira de película es distinto del
anterior; es solo debido a la velocidad de movimiento de los fotogramas que el
ojo humano ignora que existen imágenes separadas. Así, la escena parece
continua. Lo mismo ocurre con la pulsación de la fuerza vital en el mundo
físico: la “brecha” entre un pulso y el siguiente es tan minúscula que la
escena parece continua.
Este movimiento de la fuerza vital
desde arriba se refleja en el avance y retroceso de la fuerza vital desde
abajo. El pulso que sientes en tu muñeca y en los latidos de tu corazón es el
resultado de este proceso. Cada vez que sientes el latido de tu pulso o de tu
corazón, indica que una “permutación” diferente de la luz y la fuerza vital te
está revitalizando. Gracias a esta renovación constante, cambias a cada
instante.
En la Kabbalá, esta pulsación o
fluctuación continua se manifiesta en el ‘Ölam HaÄsiiiá’ (“El Mundo de la
Acción”). La esencia del Mundo de Äsiiiá es la acción. La historia de la
Creación concluye con las palabras “ASHER-BARÁ
ELO-HIM LAÄSOT - que Di-s creó
para hacer (o para rectificar)”. La palabra לעשות
‘LaÄsot’ (“para hacer”) deriva de la misma palabra que עשייה
‘Äsiiiá’ (“acción”). Este Mundo fue creado para la acción, que
significa ‘Tikkún’ (“rectificación”). El estado casi perfecto de rectificación
del ‘Ölam HaAtzilut’ (“El Mundo de la Emanación”) también debe ser atraído a
este Mundo. Este Mundo fue creado “incompleto”. Lo que le “falta” es la
revelación de ‘ELOHUT’ (“la Divinidad”) que se encuentra en mayor o menor
medida en los Mundos Superiores. La rectificación de Äsiiiá es la revelación de
la Divinidad en este mundo a través de las ‘Maäsim’ (“acciones”) del hombre.
Por lo tanto, ‘JaZaL’ (“nuestros sabios
de bendita memoria”) recomiendan que cada persona se diga a sí misma: “Para mí
fue creado el mundo”. Esto no significa que uno deba considerarse el centro del
universo y que todo fue creado para servir al ego. Todo lo contrario. Más bien,
entiéndase la frase como: “Para mí fue creado el ocultamiento de Di-s para que
yo pudiera revelar la Divinidad en este mundo y así rectificarla”. Esta es la
tarea que HaShem nos encomendó: revelar las dimensiones internas, la Divinidad,
contenida y, sin embargo, oculta en este mundo. Así, el ‘Ölam HaÄsiiiá’ (“El Mundo
de la Acción”), es realmente el propósito último de la Creación. Porque aquí,
más que en ningún otro lugar, la Divinidad se esconde. Y HaShem puede revelarse
aquí incluso más que en los Mundos Superiores.
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