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Por Kabbalah y Torah en Expansión
La Kabbalá habla de 10 grados
principales de manifestación Divina, conocidos como “Las 10 Sefirot”, que
pueden dividirse en grupos que corresponden al intelecto, la emoción y la
acción. El grado de Divinidad que se manifiesta en el nivel espiritual más
elevado, el atributo “intelectual” de Jojmá, es mayor que el que se manifiesta
en el nivel relativamente inferior, el atributo “práctico, creativo y actuante”
de Maljut.
Todas “Las 10 Sefirot” (que, en el
contexto que analizamos, son elementos del Mundo Espiritual de Atzilut) están
dispuestas en un orden similar al de nuestra propia constitución humana: las Sefirot
intelectuales (las más altas), las emocionales (las más bajas), y así
sucesivamente. Este es el sentido en el que HaShem, tal como se manifiesta a
través de “Las 10 Sefirot de Atzilut”, es referido místicamente como ‘Adam
HaËlión’ (“El Hombre Supremo”), mencionado en la visión de Iejezkel (Ezequiel)
de los reinos celestiales (Iejezkel 1:26):
“Y sobre el firmamento que estaba
por encima de sus cabezas había algo semejante a un trono, de aspecto como de
piedra de zafiro; y en lo que se asemejaba a un trono, sobre él, en lo más
alto, había una figura con apariencia de ‘Adam’ (hombre)”.
El esquema anterior de manifestación
Divina, reflejado en el universo físico por la humanidad, es la situación en el
‘Ölam HatTikkún’ (“El Mundo de la Corrección”). El nivel espiritual superior
del ‘Ölam HatTohu’ (“El Mundo del Caos”) puede considerarse como “más cercano”
a HaShem, más cercano a la Fuente Divina de todo, y en este ámbito la
revelación divina es tan potente que no se divide en grados sutiles. Es como
si, tan cerca de la Fuente, la fuerza vital divina se extendiera con fuerza,
impregnándolo todo por igual. Esta es, como se mencionó anteriormente, la raíz
mística del reino animal, razón por la cual los animales reflejan algo de este
esquema: a diferencia de los humanos, sus cabezas y sus cuerpos están en el
mismo plano, símbolo de la igual medida de fuerza vital en cada uno. Asimismo,
los animales poseen un mayor grado de fuerza bruta (“fuerza animal”) que los
humanos, lo que indica la potencia de la fuerza vital en su raíz espiritual.
En la visión de Iejezkel, esto
también se alude. Leemos (Iejezkel 1:5 y 1:10) sobre ‘Arbaät Jaiiot HakKódesh’
(“Cuatro Criaturas Santas”), cada una con rostros que reflejaban no solo la
humanidad, sino también “la cara de un león... la cara de un buey... y la cara
de un águila”. Las Jaiiot descienden místicamente de su fuente espiritual en “la
cara de un león”; los ‘Behemot’ (“animales terrestres”), de “la cara de un buey”;
y las ‘Öfot’ (“aves”), de “la cara de un águila”. Estos seres espirituales se
describen como estando bajo el trono celestial mencionado anteriormente. (Véase
Iejezkel 1:22 y 1:26)
Ahora bien, paradójicamente, los
animales pueden considerarse tanto inferiores como superiores a la humanidad.
En el ámbito físico, las personas comen carne, y ésta les da vida y fuerza. En
este sentido, las personas dependen y son sustentadas por el reino animal; es
decir, el animal eleva al humano. Por otro lado, en un sentido más sutil, una
vez que una persona ha comido algo, ese alimento se asimila y se convierte
literalmente en una parte de su cuerpo. Por lo tanto, si la persona utiliza la
energía que obtuvo de la comida (en este caso, la carne) para fines sagrados y
espirituales (por ejemplo, el estudio de la Torá y el cumplimiento de las Mitzvot,
como la oración o los actos de bondad), esa carne (que anteriormente no tenía
ningún vínculo con tal santidad) se eleva en sí misma, junto con la persona, a
un nivel espiritual superior. En este sentido, el humano eleva al animal.
Este es el significado esotérico de
la enseñanza midráshica: “Las ‘Jaiiot’ [criaturas celestiales en la visión de Iejezkel]
portan el trono” (Shemot Rabbá, final del capítulo 23). Es decir, así como nos
elevamos gracias al alimento que obtenemos de la carne física, también, en un
sentido místico, nuestra fuente espiritual -el “Hombre Celestial en el trono”
del Ölam HatTikkún- es elevado por las criaturas celestiales bajo el trono -la
fuente espiritual de los animales- hasta su propia fuente en el Ölam HatTohu.
Por otro lado, así como la carne que comemos se absorbe en nuestra interior y,
por lo tanto, alcanza el estatus superior de ‘Medabber’ (“ser hablante”), la
humanidad, así también las criaturas celestiales son absorbidas y elevadas
junto con el ‘Adam HaËlión’ (“Hombre Supremo”).
Ahora bien, los animales se asocian
con la fuerza, lo cual refleja su fuente espiritual (representada por el león y
el buey), también asociada con ‘Guevurá’ (“el atributo de la fuerza”). Por esta
razón, la carne es roja, un color que simboliza la Guevurá, y su efecto en una
persona (incluso después de haber sido elevada por las intenciones espirituales
de la persona) es aumentar su fervor y su dedicación ardiente y apasionada a HaShem,
cualidades que derivan de los aspectos sagrados del atributo de Guevurá. Sin
embargo, toda esta potencia y fuerza no está exenta de peligro: la mayor
vitalidad podría ser usurpada por fuerzas impías, haciendo que la persona
desvíe toda esa pasión y celo y caiga en pecado, ‘Jas VeShalom’ (“Di-s no lo
quiera”).
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