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Por Kabbalah y Torah en Expansión
En la ‘Tefil´lá’ (“oración”), somos
invitados a entrar en el cuarto y más profundo mundo, el ‘Ölam HaAtzilut’ (El
Mundo de la Emanación”). Aquí renunciamos a todo, incluso a la sensación de
haber renunciado a todo. Nos permitimos fundirnos en la realidad omnipresente
del único Di-s. Alcanzamos la intimidad con lo Divino; toda nuestra personalidad
se convierte en un conducto transparente a través del cual brilla la unidad de HaShem.
Esta es la cuarta parte de la ‘Tefil´lá’
(“oración”), conocida como la ‘Ämidá’ (“oración silenciosa de pie”). Durante
esta Tefil´lá, el silencio debe reinar supremo, ya que no hay ningún “yo”
presente que pueda emocionarse e inspirarse. No intentamos experimentar la
trascendencia elevada y la unidad sublime. Simplemente nos dirigimos a HaShem
directamente, como ‘Attá’ (“Tú”), y nos unimos a Él en una profunda intimidad.
Sin embargo, resulta sorprendente
que esta parte de la Tefil´lá sea la más “física” y concreta de todo el
servicio matutino, ya que se centra en las necesidades materiales de cada
persona. ¿Por qué?
Porque así como la intimidad más
profunda entre un esposo y una esposa se experimenta a través de medios muy
físicos, también la intimidad más profunda entre el hombre y HaShem encuentra
expresión en nuestra santificación de la existencia física.
La iluminación espiritual es una
forma refinada de autoexpresión; es una distracción de la unidad completa con HaShem.
Por otro lado, tomar tu ser físico, tus recursos materiales y tu cuerpo bruto y
conectarlos con HaShem, es el sello distintivo de la intimidad con lo Divino.
Paradójicamente, la naturaleza brutal y cruda de la materia física nos permite
escapar de las trampas del ego autoconsciente.
Muéstrenme a un hombre que haya
reunido la fuerza para tomar el control del primer mundo (Ölam HaÄsiiiá), y les
mostraré a un ser humano autocontrolado y realizado.
Muéstrenme a un hombre que se haya
humillado para entrar al segundo mundo (Ölam HaiIetzirá), y les mostraré a un
alma valiente y profunda.
Muéstrenme a un hombre que se haya
atrevido a entrar al tercer mundo (Ölam HabBeriiiá), y les mostraré a un hombre
feliz.
Pero muéstrenme a un hombre que haya
subido el cuarto peldaño de la escalera (Ölam HaAtzilut), y les mostraré a un
hombre que no necesita ser feliz, porque él y la felicidad se han convertido en
uno.
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