JANUKKÁ: TODOS SOMOS PARTES DE UN
TODO
Por Kabbalah y Torah
Cuando Di-s concibió el mundo que Él
deseaba, lo vio tal cómo es Él Mismo: Uno, un Todo Indivisible. Pero para
manifestar esta absoluta Unidad, para que podamos experimentarla, creó una
multiplicidad aparente. Así como los peces no pueden “experimentar” el agua,
porque son como uno con ella, nosotros nunca podríamos experimentar la Unidad
si fuésemos uno con ella. Si ya fuésemos uno con Él, nunca podríamos apreciar
lo que significa llegar a ser uno con Di-s.
De modo que Di-s creó las 22 letras
del Álef-bet como un medio para “dividir” Su Unicidad. Cada una de estas letras
representa un pensamiento Divino, una característica de la voluntad Divina.
Estas letras expresan los pensamientos Divinos que dan origen a la
multiplicidad de la existencia. Todo lo que existe - piedra, planta, animal o
humano - tiene una forma específica que responde a una razón Divina. La
combinación y la secuencia de estas letras transmiten el pensamiento Divino que
crea esas formas (Likkuté Moharán I, 17:1). El mundo que vemos manifiesta esas
letras en miríadas de formas concretizadas.
El mundo es así el libro escrito por
Di-s, un libro que debemos estudiar y del cual debemos aprender. ¿Cuál es la
lección que debemos aprender de la vaca, del gato o del pájaro? ¿Qué lección
puede aprenderse de las innumerables familias de plantas o de los seres
inanimados? Y por sobretodo, ¿qué es lo que Di-s quiere que aprendamos de los
diferentes tipos de seres humanos?
Sin embargo, en lugar de buscar una
lección, en lugar de buscar un por qué, el hombre sólo se ha dedicado a diseccionar
- a analizar el cómo, el mecanismo con el cual trabajan las cosas. Es así que
la humanidad ha construido estructuras enteras de conocimiento que ignoran por
completo el por qué. No sólo lo ignoran sino que, de intentarlo, ni siquiera
podrían explicarlo (Likkuté Halajót, Jezkát Metaltelín 5:2). Incluso al buscar
científicamente el cómo, el hombre se apoya en última instancia en
observaciones subjetivas (Ibíd., Séfer Torá 4:16) - y sólo encuentra aquello
que está buscando.
Como un ciego que tantea en la oscuridad
intentando conocer algo de su entorno. Es como esos ciegos de la fábula que
inspeccionaban un elefante y que describían la parte que palpaban diciendo que
eso era “todo” el elefante. Es como uno de esos caracteres de dos dimensiones de
la historia de ‘Flatlands’ (“Tierraplana”), quienes no podían explicar los
fenómenos tridimensionales que atravesaban su mundo bidimensional.
Sin embargo, Di-s nos puso sobre la
tierra y nos entregó un libro de instrucciones. Este manual del usuario, este
libro de instrucciones, no es otro que Su Torá. Sí, el mundo que nos rodea es
el libro escrito por Di-s, pero la Torá es Su comentario (Majshavót Jarútz 44a;
Tzidkát HaTzaddík 216). Sin el comentario, el mundo es un libro cerrado.
El objetivo del comentario, de toda
la sabiduría de la Torá, es llevarnos a vivir una experiencia de la Unicidad, a
ser capaces de ver que todos somos parte de un todo y de sentir compasión por
las otras partes de esta unidad (Likkuté Halajót, Talmúd Torá 3:2; Ibíd.,
Ketubót 1).
Sin embargo, así como Di-s creó la
multiplicidad en el mundo para que podamos ver su Unicidad subyacente, también
creo una multiplicidad de sabidurías para mostrarnos el otro lado de la Unidad.
Cuando la sabiduría desciende al mundo, se divide en dos facetas diferentes:
una es la revelada como la Torá de Di-s y la otra son las siete sabidurías
seculares (Perí Tzaddík, Ajaré 5; Likkuté Maamarím 118b; Pokéd Äkarím 26a;
Sijót Malajé haSharet 39a). Estas son en realidad dos caras de una misma moneda
y su objetivo es ser complementarias.
Las 7 sabidurías tienen la finalidad
de dar luz sobre la Torá y la Torá ilumina las sabidurías. Las sabidurías
descubren la multiplicidad en la Creación, mientras que la Torá revela la
Unicidad subyacente. Cuanta más multiplicidad se revela, más uno se asombra de
la Unidad. Esta interrelación se encuentra aludida en la primera palabra de la
Torá: ‘Bereshít’ compuesta por las letras Álef, Shin, Resh y Iud, cuyo valor
numérico sumado es 511, siete veces 73, el valor numérico de la palabra ‘Jojmá’
[sabiduría] (Megalé Amukót, Behaälotejá).
Más aún, la sabiduría secular de
toda generación es una imagen especular de la sabiduría contemporánea de la
Torá (Or Zarúä LatzTzaddík 10b). Es así que Aristóteles fue contemporáneo de
Shimön el Tzaddík, un importantísimo transmisor de la sabiduría rabínica. Y los
sabios de Atenas mencionados en el Talmúd tenían acceso al conocimiento de Bar
Iojái (Rav Tzadok de Lublin, Likkuté Maamarím 55a, 118b). En verdad, el
pensamiento griego en general es considerado muy cercano a la sabiduría de la
Torá (Zóhar 1, 13a; 99b).
De hecho, las sabidurías seculares
son realmente partes “caídas” de la Torá que han perdido sus naturalezas
Divinas y fueron reconstruidas como sabidurías de las naciones. Y de la misma
manera en que las naciones robaron la sabiduría judía, el Rey Salomón “robo” de
las naciones: “De modo que Salomón se volvió sabio de la sabiduría de todos los
hijos del Oriente y de toda la sabiduría de Egipto” (1ª de Reyes 5:10) - él las
recuperó (Likkuté Moharán I, 61:3).
Sin embargo. La diferencia entre las
sabidurías y la sabiduría de la Torá es la diferencia entre el Uno y los muchos.
La Torá está representada por la unidad del Árbol de la Vida, mientras que las
sabidurías corresponden a la multiplicidad del Árbol del Conocimiento (Likkuté
Halajót, Betzím2:2). Sólo cuando el Árbol del Conocimiento es subsidiario a la
Torá el conocimiento tiene algún valor. Así como una fila de ceros no agrega
nada sin un numeral delante de ellos, de la misma manera las Sabidurías no son
nada si no hay Uno delante de ellas.
En general la lógica humana es
considerada una de las 7 sabidurías. Pero, ¿cómo puede ser considerada una
sabiduría separada, cuando toda sabiduría se basa en ella? Si no fuera por este
don otorgado por Di-s, no habría manera de alcanzar ninguna sabiduría. Sin
embargo, admitir esto sería admitir la derrota de aquellos que no buscan la
sabiduría de Di-s. De modo que en lugar de esto, ¡ellos reclaman el triunfo de
haber descubierto la lógica por sí mismos! (Resisé Láila 81d-82a).
En contraste con esto se encuentra
la sabiduría de la Torá, que atribuye todo el conocimiento a Di-s. Es la
entrega final de la inteligencia humana, la comprensión de que todo proviene de
Di-s. Es la puerta de la humildad - la sabiduría definitiva - la experiencia de
que no existe nada más que Di-s.
Esta gran sabiduría está oculta
dentro de la afirmación críptica de que existen 7 libros en la Torá (Shabbát
116a). El ‘Jumásh’, los “Cinco Libros de la Torá” no es un nombre apropiado,
pues ¡en verdad existen realmente siete! En el Libro de Bemidbár/Números hay
dos pequeños versículos separados del texto que los rodea (Números 10:35-36) y
que están indicados mediante unas señales de separación que simbolizan la
humildad (Kisé Rajamím, Sofrím, cap. 6). Esto es para enseñar que las puertas
de la sabiduría serán abiertas para revelar el secreto de los ‘Siete Libros’
sólo cuando uno pueda pasar a través de las puertas de la humildad.
Estos ‘Siete Libros’ están
representados por la Menorá de siete brazos - el símbolo por excelencia de la
sabiduría. Sólo con verdadera humildad - con la comprensión de que todos somos
partes de un todo, como la Menorá que estaba hecha de una sola pieza - podemos
esperar encontrar una sabiduría completa. Hasta que ello suceda, en el tiempo
del Mesías, sólo merecemos tener los ‘Cinco Libros’.
Esto estaba indicado en el servicio
del Templo, pues no todas las velas se encendían al mismo tiempo. Primero se
encendían cinco, luego se realizaba un servicio diferente y sólo después se
encendían las últimas dos. Esto simbolizaba el hecho de que aún no había sido
completada la revelación de los siete (Tzavré Shalál, Bereshít 7).
Correspondiendo a las siete velas y
a los Siete Libros – la perfección absoluta de la sabiduría de la Torá - se
encuentran las siete sabidurías seculares (Perí Tzaddík, Ajaré 5). Esto
significa que, incluso ahora, las sabidurías parecen completas para aquellos
que carecen de la humildad para aceptar que es Di-s quien otorga toda
sabiduría. Debido a esta falta, a esta presuntuosa totalidad, las siete
sabidurías son comparadas con la oscuridad (Likkuté Moharán I, 37:1-2; Likkuté
Halajót, Keriát HatTorá 6:2; Ibíd., Betzím 3:3; Ibíd., Guittím 4:3; Ibíd., Daguím
3:1). Esto en contraste con la sabiduría de la Torá, que es comparada con la
Luz de la Menorá.
Ésta era la oscuridad impuesta por
los griegos con el decreto de que los judíos debían negar toda parte en Di-s
(Bereshít Rabbá 2:4). Esto significaba negar que toda sabiduría proviene en
última instancia de Di-s y que la multiplicidad en la Creación es realmente el
otro lado de un todo indivisible. Pero, ¡Ay! estaban aquellos que pensaban que
lo mismo se aplicaba a la lógica reduccionista de la sabiduría rabínica. Las
enseñanzas de los Sabios, decían, eran sólo producto de la lógica humana, no
muy diferente de toda otra sabiduría (Majshavót Jarútz 71a). De hecho, incluso
los mismos Sabios se referían al Talmúd de Babilonia como “oscuridad” (Sanedrín
24a). Esta era la creencia de los judíos helenizantes, que negaban la tradición
rabínica.
Sin embargo, dentro de la aparente
oscuridad de la lógica rabínica se oculta una profunda entrega a Di-s - la
comprensión de que todo conocimiento nos llega de Di-s de forma misteriosa. La
conciencia de que el velo que parece ocultar a Di-s es en realidad la Mano de
Di-s Mismo y que todo pensamiento que surge en la mente humana proviene
directamente de Di-s Mismo. De hecho, Di-s también reside en la oscuridad
(Divré Sofrím 21a).
Los Macabeos se rebelaron contra la
helenización de la Torá. Los helenistas no creían que Di-s nos habla a través
de los Sabios de la Torá. Negaban que las siete sabidurías fueran subsidiarias
a la Torá, y afirmaban lo contrario, que ellas eran superiores. Creían que el
mundo podía reducirse a sus partes y que las partes no constituyen un todo
unificado. Contra esto lucharon los Macabeos.
Los Macabeos revelaron la Torá que
estaba oculta incluso en la dualidad del pensamiento griego y demostraron cómo
Di-s es la Fuente Original de los análisis del pensamiento rabínico (Likkuté
Halajót, Janukká 3). Revelaron cómo el “otro lado” de la moneda de la sabiduría
es realmente parte integral de la moneda - no es posible tener una moneda de un
solo lado. Revelaron la luz dentro de la oscuridad - revelaron cómo la
oscuridad de las siete sabidurías puede servir como fondo para la Luz de la
Torá, pues no existe luz a no ser que pueda ser contrastada por la oscuridad.
Ellos revelaron cómo la lógica - la fuente de las siete sabidurías - se
encuentra en definitiva más allá de ellas. ¡Revelaron la Menorá de ocho velas!
Para simbolizar todo esto, es
costumbre comer productos lácteos en Janukká, pues la leche significa que la
sabiduría sólo puede ser “mamada” de una fuente superior, tal como un niño mama
la leche de su madre (Resisé Láila, p. 83b).
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