PARASHÁT KEDOSHÍM - (Vaikrá/Levítico
19-20) - Buscar la Luz/Claridad/Asistencia de los tzaddikím (justos)
Por Kabbalah y Torah
MÁS ALLÁ DE LA MUERTE
“KEDOSHÍM TIHÍU - Serán santos” (Vaikrá/Levítico 19:2)
En la mayoría de los años del
calendario, la parashá Kedoshím, que significa “santos”, es leído generalmente
junto con el capítulo anterior Ajaré Mót, que significa “después de la muerte”.
Si unen las dos traducciones, dicen: “Después de la muerte, serán santos”.
Se ha dicho que la gente se vuelve
santa sólo después de que mueren. Hay algo de verdad en esto, después de todo,
¿quién es considerado como santo en su propio tiempo de vida? Incluso los
israelitas querían deshacerse de Moshé, quien le decía al Creador “¡Van a
matarme en cualquier minuto!”, cuando ellos, literalmente, lo amenazaban de
muerte. Los romanos querían matar a Rabbí Shimön bar Iojái, al igual que varios
israelitas. Hasta está escrito esto de Mordejái, quien salvo la vida de muchos
persas y, de hecho, salvó a todo el reino de Persia, y que “él era amado por la
mayoría de sus compañeros”. En otras palabras, todavía había cierto número de
personas a quienes no les interesaba particularmente Mordejái.
Tanto Rabbí Itzják Luria (el Arí)
como su discípulo, el Rajú (Rav Jaím Vital), también tuvieron problemas con sus
colegas rabinos, y no hay duda de que Rabbí Moshé Luzzato, el Ramjál, sufrió
hasta el día que abandonó este mundo. Desde temprana edad, él fue atormentado
por sus adversarios y sus libros fueron quemados. En nuestra era actual, Rav Áshlag
y Rav Brandwein fueron perseguidos ostensiblemente en el nombre de la Kabbaláh.
Incluso Rav y Karen Berg tuvieron que superar grandes obstáculos impuestos por
gente que quería evitar que la Kabbaláh estuviera disponible para la persona
común.
Con frecuencia, sólo después de que
una persona abandona este mundo es que la vemos por quien era realmente y por
lo que tuvo para dar. Aquí hay varias lecciones que pueden elevarnos, la
primera de ellas es que comenzamos a apreciar lo que tenemos sólo después de
que comenzamos a perderlo. ¿Cuántos de nosotros rezamos por salud sólo cuando
nuestra salud se ve afectada o por sustento económico solamente cuando nuestras
cuentas bancarias están al mínimo?
Nunca perderemos las bendiciones en
nuestra vida si aprendemos a apreciarlas. Por ejemplo, en una época había
muchos tzaddikím (personas justas) en el mundo, pero nadie les prestó atención.
Cuando el Arí estaba vivo, ninguno de sus conciudadanos de Saféd iba a
escucharlo hablar. Pero cuando él abandonó este mundo, todos pensaron: “¡Él
vivía justo aquí entre nosotros, en nuestra ciudad, y nunca nos dimos la oportunidad
de conectar con él!”. Esto también ocurrió con Rav Áshlag y Rav Brandwein,
quienes tampoco tuvieron muchos estudiantes. Ahora tienen muchos más
estudiantes de lo que tuvieron cuando estaban en vida. Mucha gente de la
generación de ellos dice que si tan sólo hubiesen sabido que estos grandes
maestros existían, habrían conectado con ellos. Sólo después de que perdemos
algo es que apreciamos lo que teníamos.
Aparece una segunda lección cuando
cambiamos la perspectiva que hemos obtenido de la primera lección. Así como no
apreciamos a los demás, los demás no nos aprecian a nosotros. Como respuesta,
tal vez hagamos cosas sólo para que la gente nos note. En este punto, debemos
aprender de los tzaddikím, quienes nunca querían ni esperaban nada a cambio de
parte de las demás personas por sus labores. Ellos sabían que si dedicaban su
energía en atraer la atención de la gente que los rodeaban, sacrificarían su
conexión con la Luz.
Muchos tzaddikím no sólo fueron poco
apreciados, sino que, en realidad, eran odiados. No obstante, ese odio no los
detuvo en su labor de ayudar a los demás. Si pensamos en lo que vamos a recibir
a cambio por nuestras acciones, nunca podremos ser santos. Debemos vivir de
acuerdo con Ajaré Mót-Kedoshím, incluso si no vemos los resultados en nuestro
tiempo de vida. No debemos hacer las cosas esperando una recompensa a cambio.
La verdad es que si actuamos desde el corazón cuando ayudamos a los demás, la recompensa
llegará. Tal vez no llegue hoy o mañana, o incluso el día siguiente, pero
llegará. Y puede que no ocurra de la forma en que lo esperamos. De hecho,
probablemente ocurrirá de una forma en la que nunca lo hayamos imaginado. Pero,
si damos y compartimos, lo bueno que hayamos hecho regresará a nosotros.
La tercera lección trata acerca del
hecho de que nosotros somos la generación más importante en toda la historia.
Esto se debe a que seamos espiritualmente más elevados que los que estuvieron
antes que nosotros, sino porque vivimos en la era del Mesías. Por lo tanto,
tenemos una responsabilidad mayor que la que tuvieron otras generaciones:
nosotros debemos aprender a ser inmortales. Los tzaddikím están más vivos
después de haber abandonado este mundo. Eso es lo que aprendemos de Ajaré
Mót-Kedoshím. Todos querían matar a los tzaddikím; nadie quería escuchar lo que
ellos tenían que decir. Sólo cuando abandonaron este mundo es que fueron
santos, y eso es lo que significa ser inmortales: ser como un tzaddík, estar
vivos incluso después de la muerte.
Las generaciones de hace 100 ó 1000
años no tuvieron el mérito de vivir en la era del Mesías. Nuestro mérito no
solamente es que podemos elevarnos por encima de la muerte cuando abandonemos
este mundo, seguir vivos incluso cuando nuestro cuerpo esté en su tumba, sino
que en realidad también podemos superar al Satán y eliminar por completo el poder
del Ángel de la Muerte. Podemos traer la energía de vida después de la muerte a
nuestra vida antes de la muerte y, de esta manera, alcanzar la inmortalidad.
Se nos enseña que Rav Elimélej
superó la muerte. Está escrito en el libro Haajím HakKedoshím que durante el
Holocausto, los alemanes invadieron su pueblo natal, Lizhensk. Ellos asesinaron
brutalmente a muchas personas allí, y sólo unos pocos lograron esconderse en el
mausoleo de Rav Elimélej, esperando evadir la muerte por mérito de él.
Los nazis buscaron dinero y joyas en
las casas de los habitantes del pueblo. Al no encontrar mucho, fueron a excavar
las tumbas en el cementerio, esperando encontrar riquezas enterradas. Junto a
la tumba de Rav Elimélej, encontraron a un grupo de personas aterradas
intentando esconderse. Los nazis les ordenaron que abrieran la tumba, pero el
rabino del pueblo les prohibió que lo hicieran. A pesar del temor a los
soldados, su respeto era aún mayor por la santidad de Rav Elimélej. Los nazis
ordenaron nuevamente que abrieran la tumba, instando finalmente al encargado
del cementerio a hacerlo. Pero incluso este hombre no pudo ejercer la orden de ellos.
Tenía demasiada apreciación por la rectitud de Rav Elimélej.
Finalmente, los mismos nazis
abrieron la tumba. Encontraron intacto el ataúd de Rav Elimélej, aun después de
que habían pasado más de 150 años de su muerte. Cuando abrieron el ataúd,
estaban asombrados de hallar dentro un cuerpo tan hermoso y perfecto. Estaban
tan sorprendidos que huyeron. Las personas que habían estado ocultándose en el
cementerio luego escaparon al bosque, donde pudieron esconderse; y aquellos que
sobrevivieron a la guerra contaron cómo Rav Elimélej los protegió aun después
de él haber partido de este mundo.
Después del Holocausto, la gente que
regresó a Lizhensk halló el pueblo desolado. Incluso el cementerio había sido
destruido. Los sobrevivientes que regresaron escucharon de parte de los vecinos
otro relato de lo que le pasó a la tumba de Rav Elimélej. Había una banda de
ladrones que robaban cualquier cosa que quedó después de que los nazis
asesinaran y saquearan. Ellos también fueron al cementerio a buscar algún
tesoro enterrado. Ellos pensaban que la gente había escondido sus pertenencias
en las tumbas pero, al igual que los nazis antes de ellos, no encontraron nada.
El líder de los ladrones sugirió que
excavaran la tumba del gran rabino. Los habitantes del pueblo solían dejar
notas con sus oraciones en las tumbas de los justos, y la tragedia y el peligro
de la época causaron una cantidad descomunal de notas. Los bandidos se rehusaron
a cumplir la decisión de su líder debido a la santidad del tzaddík, la cual era
evidente por todos los mensajes que habían dejado en su tumba. Sólo el líder
fue lo suficientemente arrogante e incauto para excavar la tumba. Él estaba
seguro de que encontraría una gran cantidad de riquezas, así que, sin la ayuda
de nadie, profanó la tumba de Rav Elimélej.
El líder criminal cometió un pecado
doble. No sólo está prohibido profanar la tumba de un tzaddík, sino que también
está prohibido robar o, inclusive, malgastar fondos que están destinados a
propósitos sagrados. Es por ello que es tan importante tener mucho cuidado con
el dinero designado para cualquier organización cuyo propósito es ayudar a los
demás y que usa sus fondos con el propósito de revelar Luz y producir
herramientas espirituales que ayuden a la gente a conectar con la Luz. Debemos
prestar mucha atención incluso a las pequeñas cosas que hacemos. El Rav Berg
llama a la tzedaká (caridad) “mamón hakkódesh” (riqueza entera). Nunca debemos
desperdiciarlo y más importante aún, debemos asegurarnos de que no estemos
aferrándonos a dinero que está destinado a tzedaká. Nunca debemos aferrarnos a
dinero que no está destinado para nosotros, y los fondos sagrados en especial
no pueden ayudarnos como individuos, sin importar cuán bien los invirtamos.
La historia continúa relatando que,
después de unos días, la banda de ladrones celebró su saqueo. Bebieron mucho y
comenzaron a discutir con el líder. Cuando la discusión se intensificó, los ladrones
atacaron y mataron a su líder, y luego bebieron por su éxito. La historia del
asesinato se propagó entre los habitantes restantes de Lizhensk. Ellos vieron
la mano de Di-s en la pelea y en el asesinato, porque no podía haber otro final
para la vida de alguien que haya contaminado la tumba de Rav Elimélej.
Estas historias demuestran cuán vivo
está Rav Elimélej de Lizhensk. Al igual que Rav Elimélej, cualquiera que supere
su muerte es llamado “santo”. Hay personas santas que no vemos, cuyos cuerpos
han abandonado este mundo pero, verdaderamente, han trascendido la muerte. La
razón por la que no podemos ver a Moshé -ya que sabemos que él no murió-, es
porque todavía no hemos superado el poder que la muerte tiene sobre nuestra
propia vida. Moshé está vivo, de la misma manera que Rav Elimélej lo está. Lo
mismo está escrito acerca de Eliáhu HanNaví (Elías el Profeta) y Janój (Enoc),
quien se convirtió en el ángel Metatrón. No obstante, no podemos ver a ninguno
de ellos; a pesar de que algunas personas tengan la capacidad de comulgar con
ellos. Aquellos que se elevan por encima de la muerte pueden conectar con
aquellos que abandonaron este mundo pero no murieron. Rabbí Shimön estudiaba
con Moshé. ¿Cómo podía aprender con Moshé en este mundo si Moshé ya no era
parte de él? La respuesta es porque Moshé no murió, él seguía presente en el
mundo de Rabbí Shimön y sigue presente en el nuestro. Sólo aquellos que se
esfuerzan en superar la muerte pueden tener la esperanza de alguna vez conectar
con Moshé. Sólo aquellos que son santos -quienes están más allá de la muerte-
pueden ver y conectar con Moshé y Eliáhu. Eliáhu HanNaví pudo instruir a Rabbí
Itzják Luria (el Arí), porque el Arí vivía más allá del alcance de la muerte.
Podríamos preguntarnos por qué sólo
Eliáhu visita a la gente en este mundo. Cuando escuchamos acerca de profetas
que se les aparecen a seres humanos, no escuchamos otro nombre más que Eliáhu.
La razón por la que Eliáhu (Sandalfón) es el único profeta bíblico que
permanece en este mundo es porque él no murió (Melajím Álef/1ª Reyes 2:1-17).
Para merecer la presencia de Eliáhu ante nosotros, primero debemos ser santos;
y lo que hace “santas” a las personas es su capacidad de superar la muerte.
Esto hace recordar una historia
acerca de Rabbí Menajém Méndel de Vitebsk (1730-1787 e.c). Una vez, se escuchó
un shofár a lo lejos y los habitantes del pueblo le preguntaron a Rabbí Menajém
Mendel si el Mashíaj (Mesías) estaba en camino; porque está escrito que cuando
venga el Mashíaj, sonará un shofár desde el Monte de los Olivos. El rabino
salió de su casa, olió el aire y contestó: “No, el Mashíaj no viene. Su olor no
está en el aire”. Sin embargo, su acción confundió a los habitantes del pueblo.
Ellos preguntaron por qué el Rav tenía que salir de casa a fin de saber, y él
contestó que el Mashíaj ya estaba en su casa.
Para Rabbí Menajém Méndel, no
importaba qué ocurría en el mundo exterior. Su conexión con la Luz ya estaba
asida de forma segura. Para nosotros, debería ser de la misma manera. Necesitamos
conectar con nuestro Mashíaj personal. Entonces, seremos santos, estaremos más
allá de la muerte y seremos merecedores de estar en presencia de Eliáhu HanNaví
y Moshé.
A veces, sólo después de lo ocurrido
es que nos damos cuenta de que no teníamos la razón sobre cierta situación
porque esta información estaba oculta de nosotros. La parashá Kedoshím nos
ayuda a tener acceso a la información cuando la necesitamos, de modo que
podamos ver y entender claramente.
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