PARASHÁ BEJUKKOTÁI: ACERCA DE LAS KELALÓT
(maldiciones)
Por Kabbalah y Torah
¿Por qué se mencionan 98 maldiciones
pero muchas menos bendiciones en este capítulo?
La Luz quiere lo mejor para
nosotros, pero hay una razón por la cual hay más maldiciones que bendiciones.
Si todo siempre fuese bueno, nadie pensaría siquiera en tomar el camino
espiritual. A veces necesitamos maldiciones que nos despierten de nuestro
profundo sueño. La Luz necesita advertirnos que no nos queda mucho tiempo.
El Gaón de Vilna, Rabbí Eliáhu ben
Shelomó Zalman Kremer (1720-1797) relató esta historia en el templo: Había una
vez dos amigos llamados Rubén y Simón. Ambos habían nacido al mismo tiempo, en
el mismo día y el mismo año. También tenían la misma suerte. Lo que le ocurría
a uno de ellos, le ocurría al otro; excepto una cosa: Simón se volvió rico,
mientras que Rubén se volvió pobre.
Un día, Rubén el pobre acudió a
Simón el rico y le pidió prestado dinero. Simón dijo: “Por supuesto, te lo daré.
Eres mi amigo más cercano”.
Pero, al pasar unos años, Simón se
hizo pobre y Rubén se hizo rico. Esta vez fue Simón quien fue a visitar a Rubén
para pedirle un poco de dinero para poder comer. Pero Rubén no le dio nada de
dinero a su amigo.
Finalmente, los dos mueren y
ascienden al Mundo Superior. Simón fue llevado directamente al Jardín de Edén
porque era un tzaddík (una persona justa), pero Rubén fue condenado a regresar
a este mundo.
Simón dijo: “Yo bajaré con él”, y
regresó al mundo como una persona pobre que recolectaba dinero para caridad. Al
final, había llegado a un punto en el que no tenía más nadie a quién pedir, así
que investigó entre la gente de su ciudad si había alguien nuevo a quien
pudiese pedirle dinero. Ellos le dijeron que había una persona, pero que él
nunca le daría nada. No obstante, a pesar de que el mezquino vivía en la cima
de una montaña alta, Simón fue de todos modos. Le tomó horas a Simón para
llegar a la cima de la montaña. Cuando finalmente tocó la puerta del mezquino,
un sirviente abrió la puerta y preguntó que quería. Simón dijo que había venido
a pedir tzedaká (caridad). El sirviente le dijo: “¡Eres un incauto! Todos saben
que mi amo no da caridad”.
En ese momento, el mezquino (quien
era el alma reencarnada de Rubén) se acerca a la puerta a ver qué ocurría. El
sirviente dijo: “Aquí hay alguien pidiendo tzedaká”.
Rubén el mezquino echó fuera a Simón
el pobre, y Simón cayó por las escaleras y murió. En aquel instante los ángeles
lloraban: “¿Cómo una persona tan justa puede morir de esta manera?”.
Y al mismo segundo que el Gaón de
Vilna relataba esta historia, una de las personas que lo estaba escuchando en
el templo exclamo: “¡No! ¡No puede ser que no tenga la oportunidad de remediar
mi terrible pecado!". Esa persona era Rubén.
De esta parábola aprendemos que
nunca sabemos cuándo se nos presenta la última oportunidad de corregir algo.
Debemos hacer nuestro mayor esfuerzo en cada momento y recordar nuestro
verdadero objetivo. Por lo tanto, necesitamos maldiciones que nos recuerden qué
es lo que es verdaderamente importante en este mundo, a fin de que podamos
despertar y hacer nuestro trabajo espiritual.
La palabra Bejukkotai significa “ustedes
seguirán Mis decretos y leyes” pero, de acuerdo con la Kabbaláh, no hay
ningunas leyes: sólo existe Causa y Efecto. Las acciones positivas crean
resultados positivos y las acciones negativas crean resultados negativos. En
este capítulo, tenemos bendiciones y maldiciones para demostrarnos que
cualquier cosa que obtenemos en la vida depende completamente de nuestras
acciones.
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