LA LETRA י IUD

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LA LETRA י IUD   Por Kabbalah y Torah en Expansión   La letra י ‘Iud’, un pequeño punto suspendido, revela la chispa de bondad esencial escondida en la letra ט ‘Tet’. A continuación del ‘Tzimtzum’ inicial (la contracción de la ‘Or En Sof’ (Luz Infinita) de HaShem para hacer “lugar” a la Creación), quedó dentro del ‘Jalal’ (“espacio vacío”) un punto potencial e individual o ‘Reshimú’ (“impresión”). El secreto de este punto es el poder del Infinito de contener el fenómeno finito dentro de Sí Mismo, y expresarlo en la realidad externa aparente. Una manifestación finita comienza de un punto de dimensión cero, luego se desarrolla en una línea unidimensional y una superficie bidimensional. Esto está insinuado en la escritura completa de la letra י ‘Iud’ יוד (iud-vav-dálet): “punto” (iud), “línea” (vav), “superficie” (dálet).   Estas 3 etapas corresponden en Kabbalá a: “punto” (Nekuddá), “espectro” (Sefirá) y “rostro” (Partzuf). El punto inicial, el poder esencial de la letra

SEFER TEHILIM - Libro de Salmos


SÉFER TEHIL´LÍM - Libro de Salmos

“Todo lo que dice Davíd HamMélej/el Rey David en su libro, se refiere a sí, a todo el pueblo judío, y a todas las épocas”. (Rabbí Iudán en nombre de Rabbí Iehudá)

“Si tan sólo la gente supiera el poder de los Salmos, y su efecto en lo Alto, los recitaría continuamente. Los versículos de los Salmos trascienden todas las barreras y suben más y más alto, implorando al Amo del Universo hasta lograr resultados de benevolencia y piedad”. (Tzemáj Tzédek, el tercer Rebbe de Lubavitch)

El libro de los Salmos (del latín psalmus, derivado del griego psalmoi, “canciones a acompañarse con instrumentos de cuerda”) o Tehil´lím (“alabanzas”) en hebreo, fue compuesto proféticamente por quien pasara a la historia como “el dulce cantor de Israel”, el Rey David (y otros autores: Avrahám, Moshé, Shelomó, Asáf, los hijos de Kóraj, etc.) y se divide en Cinco Libros (1-41, 42-72, 73-89, 90-106, 107-150).

“Moshé dio al pueblo judío los Cinco Libros de la Torá, y David los Cinco Libros de los Salmos”. (El Talmúd)

Cuando el Gran Templo de Jerusalén estaba en pie, los Salmos tenían una finalidad formal definida, entonados por los Leviím/Levitas acompañados de sus instrumentos musicales, mientras los sacerdotes traían las ofrendas cotidianas, extraordinarias y personales, de los judíos. Tras la destrucción del Segundo Templo, muchos de los Salmos pasaron a integrar parte de nuestra liturgia, al grado de que un alto porcentaje de estos conforma nuestro Libro de Oraciones, el Siddúr.

Los Salmos tienen cualidades extraordinarias. Además de su función de alabanza, como lo indica su nombre hebreo —para agradecer al Creador todos los beneficios con que riega nuestra vida cotidiana—, por lo que su recitado es, de hecho, un justo reconocimiento a la Fuente de toda benevolencia, los judíos se han refugiado en la poesía de sus palabras para dar rienda suelta a sus congojas y vicisitudes, cobijándose bajo las alas suplicantes de su sagrado texto.

Los Tehil´lím constituyen, así, un diálogo franco entre el hombre mortal y su Padre Celestial, honesta expresión de sus sentimientos de ese momento, sean de júbilo alborozado, o solicitando la bondad Divina, e incluso Su magnánimo perdón, en momentos de tribulación, recitándose de manera colectiva o individual.

La coyuntura actual, consecuencia de la inminente conclusión de dos mil años de dispersión diaspórica, ha llevado a nuestros hermanos a mostrar un renovado interés por expresar aquello que ninguna fuerza hostil de la historia pudo acallar: su vínculo indestructible con Di-s. Y parte de esta feliz tendencia recuperatoria es la proliferación de traducciones de textos a idiomas diferentes al hebreo original. En primer lugar estuvo el arameo, le siguieron el ídish y el ladino, y hoy en día no existe idioma al que no se haya traducido un texto de la Torá, tal como no existe rincón del globo ausente de presencia judía. 




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