SÉFER TEHIL´LIM - Libro de Salmos
Por Kabbalah y Torah en Expasión
“Todo lo que dice David HamMélej/el
Rey David en su libro, se refiere a sí, a todo el pueblo judío, y a todas las
épocas”. (Rabbí Iudán en nombre de Rabbí Iehudá)
“Si tan sólo la gente supiera el
poder de los Salmos, y su efecto en lo Alto, los recitaría continuamente. Los
versículos de los Salmos trascienden todas las barreras y suben más y más alto,
implorando al Amo del Universo hasta lograr resultados de benevolencia y
piedad”. (Tzemaj Tzédek, el tercer Rebbe de Lubavitch)
El libro de los Salmos (del latín
psalmus, derivado del griego psalmoi, “canciones a acompañarse con instrumentos
de cuerda”) o Tehil´lím (“alabanzas”) en hebreo, fue compuesto proféticamente
por quien pasara a la historia como “el dulce cantor de Israel”, el Rey David
(y otros autores: Avraham, Moshé, Shelomó, Asaf, los hijos de Kóraj, etc.) y se
divide en Cinco Libros (1-41, 42-72, 73-89, 90-106, 107-150).
“Moshé dio al pueblo judío los Cinco
Libros de la Torá, y David los Cinco Libros de los Salmos” (El Talmud)
Cuando el Gran Templo de Jerusalén
estaba en pie, los Salmos tenían una finalidad formal definida, entonados por
los Leviim/Levitas acompañados de sus instrumentos musicales, mientras los
sacerdotes traían las ofrendas cotidianas, extraordinarias y personales, de los
judíos. Tras la destrucción del Segundo Templo, muchos de los Salmos pasaron a
integrar parte de nuestra liturgia, al grado de que un alto porcentaje de estos
conforma nuestro Libro de Oraciones, el Siddúr.
Los Salmos tienen cualidades
extraordinarias. Además de su función de alabanza, como lo indica su nombre
hebreo —para agradecer al Creador todos los beneficios con que riega nuestra
vida cotidiana—, por lo que su recitado es, de hecho, un justo reconocimiento a
la Fuente de toda benevolencia, los judíos se han refugiado en la poesía de sus
palabras para dar rienda suelta a sus congojas y vicisitudes, cobijándose bajo
las alas suplicantes de su sagrado texto.
Los Tehil´lim constituyen, así, un
diálogo franco entre el hombre mortal y su Padre Celestial, honesta expresión
de sus sentimientos de ese momento, sean de júbilo alborozado, o solicitando la
bondad Divina, e incluso Su magnánimo perdón, en momentos de tribulación,
recitándose de manera colectiva o individual.
La coyuntura actual, consecuencia de
la inminente conclusión de dos mil años de dispersión diaspórica, ha llevado a
nuestros hermanos a mostrar un renovado interés por expresar aquello que
ninguna fuerza hostil de la historia pudo acallar: su vínculo indestructible
con Di-s. Y parte de esta feliz tendencia recuperatoria es la proliferación de
traducciones de textos a idiomas diferentes al hebreo original. En primer lugar
estuvo el arameo, le siguieron el ídish y el ladino, y hoy en día no existe
idioma al que no se haya traducido un texto de la Torá, tal como no existe
rincón del globo ausente de presencia judía.
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