JESHVÁN: PROYECTANDO EL FUTURO
Cuando una persona ha realizado su
trabajo espiritual durante el mes anterior, Tishré [Libra], al llegar al mes de
Jeshván [Escorpio] experimenta la profunda necesidad de buscar paz y sosiego en
su persona. Retraerse de algún modo, arrinconarse un tanto, incluso aislarse.
El hombre de fe al que su corazón le dicta haber logrado una comunicación más
profunda y sincera con el Creador durante las Altas Fiestas, no desea seguir
rodeado de tanta gente. Disfruta de su soledad con Di-s, de su vivencia
inspirada.
La fiesta de Año Nuevo - Rósh HaShaná
- aún resuena en el alma con su sello de honestidad y retorno. Y lo mismo
sucede con la santidad de Ióm Kippúr (Día del Perdón), la protección divina
evidenciada en Sukkót, como también con el clímax de apego y alegría alcanzados
en Sheminí Ätzéret y Simját Torá. Y aunque parezca increíble, todo esto vivido
en el término del mes anterior, tishré.
En la tierra de Israel el mes de Jeshván
llega junto con las primeras lluvias, y de la apertura y el descubrimiento al
que obliga el calor, la persona se recoge y encubre ante los primeros indicios
otoñales.
Por un lado, como el campesino que
ha trabajado duramente la tierra, ahora es tiempo de reunirse en su casa, en su
interior, en su territorio más íntimo, y decidir qué hacer con el fruto de sus
manos. Por el otro, es tiempo de comenzar de nuevo, de preparar la tierra para
el año que se inicia.
Acabamos de concluir un año y de
comenzar uno nuevo. Acabamos de terminar la lectura de toda la Torá y de
iniciarla nuevamente. Finales que se mezclan con comienzos, terminaciones que
no son más que los primeros pasos de un nuevo proceso.
El mes de Jeshván no presenta
festividades. Es como si el corazón del tiempo respetara nuestro ritmo y tras
un arduo y esforzado trabajo espiritual nos permitiera un período más calmo,
más sereno.
Sin embargo, precisamente en este
punto se presenta uno de los peligros más importantes de este mes: suele
suceder que grandes logros son seguidos por notables y profundas caídas. Como
una sensación de haber cumplido con nuestra parte y el sentimiento que ahora
nos corresponde un tiempo de descanso. Mas seguramente quien haya dado algunos
pasos en un camino espiritual ya sabe que en esta senda en particular se
sube... o se baja. No hay modo de permanecer en el lugar. Y quien no
experimenta ascenso, aunque sea mínimo y pequeñísimo, conoce entonces el sabor
de la pendiente.
No hay vacaciones en la vida
espiritual.
[...]
El potencial recibido y los logros
espirituales deben servirnos para programar el año que inicia con ideas claras
y precisas. Debemos recordar que la tarea de pulir nuestra persona dura toda la
vida, y que es el momento de redefinir dos parámetros: profundizar en la
compresión de nuestra forma propia y evaluar en qué etapa del proceso nos
hallamos.
Significa: suponiendo que ya
conocemos nuestra forma propia - la chispa divina que nos habita y el plan de
vida que nos dicta - considerando que hemos crecido, ahora la misma puede
entenderse a un nivel mayor, con más claridad y definición. Por otro lado, y
considerando que el viaje espiritual es permanente, debemos considerar también
la estación en la que nos encontramos y, apegados al mapa individual, proyectar
los pasos a seguir.
A pesar de la sensación de elevación
de los meses de Elúl y Tishré, el mes de Jeshván no debe ser considerado como
un tiempo de descanso. Es un tiempo apto para redefinir la forma propia,
profundizar en el análisis de la misma, proyectar los pasos a seguir, y salir
nuevamente a arar la tierra. Con responsabilidad, entusiasmo, empeño, y
claridad en la tarea.
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