AVRAHÁM: EL ASTRÓLOGO DEL ALMA
El Zóhar nos dice que Avrám se
volvió un sabio en el funcionamiento de los mundos celestiales. Él estudió las
Diez Sefirót (el Árbol de la Vida) y exploró los reinos espirituales y físicos
de la realidad. Llegó a dominar la sabiduría de las estrellas, los planetas y
los signos del zodíaco. Sin embargo, el Zóhar también afirma que “sacarte
afuera” significa que el Creador le dijo a Avrám que no debía limitarse al
aspecto físico de la astrología y los horóscopos, pues los seres humanos tienen
la capacidad de elevarse por encima de las influencias planetarias y
convertirse en los capitanes de su propio destino.
Avrahám conocía y examinaba a todos
los gobernadores y soberanos del mundo que tenían dominio sobre todo el mundo civilizado.
Y examinaba a todos los que dominan y gobiernan sobre las tierras habitadas del
mundo, todos aquellos que tienen dominio sobre las estrellas y las
constelaciones. Aprendió como ejercen su poder los unos sobre los otros. Al
considerar todos los lugares habitados en el mundo, lo hacía bien. Pero cuando
llegó a aquel lugar, el punto de Maljút, vio la fuerza de las profundidades. Y
no podía resistirla. Tan pronto como el Santo, Bendito sea Él, se percató de su
despertar y su pasión, inmediatamente Se reveló ante Avrahám y dijo: “Vete” con
el fin de aprender acerca de ti mismo y perfeccionarte.
(Zóhar, Lej-Lejá 5:27-28)
La astrología kabbalística es un
conocimiento auténtico de los planetas y las estrellas. No está creada para
limitar nuestros horizontes, sino para ser una guía que nos muestre dónde está
nuestro potencial espiritual, además de cómo superar nuestros bloqueos para
alcanzar nuestro propósito aquí en esta vida. De esta forma, podemos elevarnos
por encima del plano de los planetas y sus influencias negativas.
La historia de la emigración de Avrám
a Israel es también una metáfora que oculta un concepto todavía más profundo:
el viaje del alma cuando deja el Mundo Superior, que es la “casa de nuestro
Padre”, e inicia su estancia en el ámbito terrestre, donde se le da la
vestimenta de un cuerpo humano para que lo lleve puesto en su búsqueda para
alcanzar la transformación espiritual.
La transformación espiritual, en
esencia, está relacionada con la anulación del ego y la subyugación de la
naturaleza reactiva e impulsiva del ego. Cuando estas tendencias están controladas,
podemos dar rienda suelta a la voluntad y al poder de nuestra alma para que
inspire un comportamiento proactivo, un respeto por la dignidad humana y un
amor incondicional por los demás.
El alma es una parte de Di-s, una
chispa de nuestro Padre celestial. Por consiguiente, nuestra alma es nuestro
verdadero padre y el gobernador de nuestro cuerpo. Esta es la lección y la
verdad que podemos encontrar en el nombre de Avrám. En arameo, Aba quiere decir
“padre”, mientras que rám significa “celestial”. Así pues, cuando Di-s le habla
a Avrám es un código que significa que Di-s le está hablando a nuestra alma
celestial Divina. Así es como la tarea de Avrám se convierte en nuestra tarea.
La palabra “Vete” también se refiere por lo tanto a liberar a nuestra alma de
su prisión dentro de las ataduras de nuestro cuerpo físico.
Los sabios nos dicen que antes que
el alma abandone los Mundos Superiores, se presenta ante el Creador y promete seguir
el camino espiritual y alcanzar la transformación. Sin embargo, la atracción
perpetua del mundo material es tan poderosa que podemos olvidarnos de nuestro
verdadero propósito en la vida y sucumbir a los engaños seductores de la
existencia física. El poder, la fama, el prestigio, la riqueza monetaria y la
auto-indulgencia son incentivos poderosos que lideran cada vez a nuestro
codicioso ego a medida que crecemos para convertirnos en adultos. Necesitamos
la Luz de esta sección para volver a despertar nuestro deseo de ser fieles al
compromiso original de nuestra alma: su promesa de seguir el camino espiritual.
Cuando el alma está preparada para
descender a este mundo, Di-s le hace jurar que llevará a cabo los preceptos de
la Torá y Sus peticiones. Y Él le da a cada alma cien llaves de bendiciones
para cada uno de los días, para que así pueda completar los niveles
celestiales, que alcanzan el valor numérico de “Lej-Lejá” (lit. “Vete”), que
equivale a 100. Todas ellas se entregan al alma para que pueda cultivar el
Jardín, que es la Nukvá, cultivarlo y cuidarlo. “Tu país” es el Jardín de Edén.
(Zóhar, Lej-Lejá 3:14)
El acto de conectar con esta sección
de la Torá es en sí mismo un paso en el camino hacia la transformación
espiritual, así que en el mismo momento en que leas esto, estarás obteniendo
ayuda para alcanzar el propósito de tu vida. Esta transformación se manifestará
de formas más efectivas cuanto más compartas esta Luz con otros a través de un
comportamiento amoroso y de acciones desinteresadas en los días que están por
venir.
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