PARASHÁT HAAZÍNU -
(Devarím/Deuteronomio 32) - Despertar la ansiedad y buscar el deseo, pedir
ayuda a los tzaddikím
Haazínu se lee en Shabbát Shuvá (el
Shabbát del Regreso), que siempre cae entre Rósh HaShana y Ióm Kippúr. Este
Shabbát recibe su nombre de la Haftará que comienza con las palabras: “Regresa,
Israel, a Di-s, tu Creador”. Aquí hay una lección que nos ayudará a llegar a
Ióm Kippúr con herramientas más poderosas a fin de que podamos ganar la batalla
contra el caos en el año venidero.
Si el año será bueno o malo para
nosotros depende de lo que hicimos y dónde estaba nuestra conciencia en Rósh
HaShaná, y también de cuánta Luz revelamos. El Zóhar dice que aun si no
revelamos ninguna Luz en Rósh HaShaná, todavía es posible revelar toda la Luz
que está destinada a nosotros en Ióm Kippúr; pero todo depende de la clase de
cambio interno que hagamos en Ióm Kippúr. Si insistimos en seguir siendo la
misma persona que éramos, ¿por qué este año habría de ser diferente al
anterior?
Los sabios advierten que si no hemos
hecho nuestro trabajo espiritual interno de determinar dónde están nuestros
bloqueos y qué nos gustaría cambiar —es decir, si no hemos preparado nuestra
Vasija (Kelí) para la enorme Luz que está disponible en Ióm Kippúr-, no tenemos
posibilidad de recibir esta Luz. Dicho esto, todavía tenemos una oportunidad:
al participar en esta lectura y teniendo también un deseo sincero de
transformación, de hacer una diferencia en nuestra vida para el próximo año.
“Presten oídos, Cielos, y yo
hablaré...” (Devarím/Deuteronomio 32:1)
El capítulo de Haazínu comienza con
las palabras “Presten oídos, Cielos, y yo hablaré”. ¿Pero no debió haberse
escrito al contrario: primero “hablaré” y después “presten oídos”? Es imposible
oír antes de que alguien hable, por lo tanto, ¿qué nos está enseñando la Torá?
Hay un relato que esclarecerá todo.
En una aldea, había un hombre que golpeaba a su esposa, la insultaba y, en
general, la trataba de forma horrible; como si ella fuera una de sus posesiones
y no un ser humano. Un día, un vecino de este hombre despiadado tuvo una idea.
Él decidió acudir al kabbalísta del pueblo y le pidió que dedicara el sermón
del Shabbát al tema del respeto a las mujeres. Aunado a eso, le contó al sabio
maestro acerca de la forma tan horrible en que su vecino trataba a su mujer. El
sabio acordó tratar el tema en Shabbát y, de alguna manera, hacerlo pertinente
a la historia y lección espiritual de la semana. Cada historia en la Torá
contiene el mensaje de “amar a tu prójimo como a ti mismo”, así que el kabbalísta
pensó que podía hacer la relación.
Llegó Shabbát, y el kabbalísta
comenzó su sermón. Habló acerca de la historia en general y luego tocó el tema
de amar a tu prójimo como a ti mismo, haciendo énfasis particular en el amor
por la esposa. Siguió hablando sobre cómo cada hombre debe respetar a su esposa
y ocuparse de todas sus necesidades. Después de las oraciones, el kabbalísta
quería cerciorarse de que el hombre cruel hubiera escuchado y entendido lo que
la lección tenía que enseñarle. Pero cuando el kabbalísta se acercó al hombre y
le preguntó qué pensaba del sermón, el hombre tan sólo dijo que esperaba que
todos esos hombres que maltratan a sus mujeres entendieran que no deberían
comportarse de esa manera! En pocas palabras, no sólo no aprendió nada, sino
que estaba seguro de que el kabbalísta se refería a otra persona. El kabbalísta,
tras darse cuenta de que no había más nada que decir, le deseó al hombre “Shabbát
Shalóm” y se marchó.
Después de unos minutos, un
estudioso que estaba de visita en el pueblo ese Shabbát se acercó al sabio
anciano. Después de saludarse entre sí, el estudioso le preguntó al sabio: “¿Sabe
una cosa? Aprendí muchísimo de su sermón”. El kabbalísta estaba sorprendido
dado que todo su discurso había sido en beneficio del hombre que se trataba
terriblemente a su esposa. El estudioso explicó: “Hace dos semanas, mi esposa
no hizo algo que le había pedido que hiciera, y me molesté mucho con ella y le
pregunté por qué no lo había hecho. Ella se sintió muy humillada. No había
hablado nada al respecto, pero he aprendido de su sermón que ella tiene muchas
cosas que hacer todos los días; así que si no hizo lo que yo le pedí, no fue
porque a ella no le importara, sino porque está muy ocupada. Aprendí a nunca
pedirle las cosas con enojo, sino con gentileza y entendiendo que ella tiene
muchas otras responsabilidades”.
La gente que necesita escuchar no
escucha, mientras que los que no parecen tener un gran problema en esa área en
particular sí escuchan y aprenden.
El Creador puede enseñarnos y darnos
sólo si estamos listos para escuchar y recibir. Es por ello que está escrito:
haazínu, “escuchen”. Si estamos listos para recibir, entonces: adabrá,
“hablaré”. ¿Por qué el Creador habría de decirnos algo si no vamos a oír?
Siempre decimos: “Cuando el estudiante esté listo, el maestro aparecerá”. La
ley espiritual es aún más enfática: si nos preparamos para aprender, entonces
el maestro debe aparecer.
HAAZÍNU Y LA CONEXIÓN CON MALJÚT
Al ver el rollo de la Torá, se puede
apreciar que el capítulo de Haazínu en realidad está escrito de forma muy
particular. Los párrafos y versículos están en la forma de dos triángulos.
Estos dos triángulos nos conectan con las seis dimensiones superiores (las
Sefirót de Jésed, Guevurá, Tiféret, Nétzaj, Hód y Iesód) del Árbol de la Vida.
El Zóhar dice que las seis puntas de los dos triángulos infunden y canalizan la
Luz del Creador a la séptima dimensión de Maljút, nuestro mundo físico.
El capítulo de Haazínu tiene 52
versículos. Según la sabiduría de la Kabbaláh, el número 52 está relacionado
con el reino físico de Maljút. Cincuenta y dos es también dos veces el valor
numérico del Tetragrámaton (Iúd, Hé, Vav y Hé), 26 x 2 = 52, lo cual revela
otro secreto: Haazínu nos muestra que nuestro mundo es un espejo de los Mundos
Superiores. Si amamos, veremos amor; si odiamos, veremos odio; si hacemos
acciones positivas, sólo reconocemos lo positivo en los demás.
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