¿POR QUÉ HAY MALDICIONES; Y LAS
BENDICIONES?
En la Parashá de Ki-Tavó, leemos
acerca de las maldiciones y las bendiciones que el Creador otorgó a los
israelitas por medio de Moshé. Mientras las bendiciones fueron dadas en el
Monte Guerizzím, las maldiciones fueron otorgadas en el Monte Ëvál. La
pregunta obvia para todos nosotros es: ¿cómo podemos conectar con las
bendiciones y no con las maldiciones? Los sabios dicen que la capacidad de
conectar con las bendiciones y no con las maldiciones es revelada en Ki-Tavó:
conectar con las bendiciones comienza cuando apreciamos lo que ya tenemos.
Pero, ¿por qué necesitaríamos las
bendiciones después de todo? El Zóhar dice que sin las maldiciones, no
podríamos apreciar las bendiciones cuando éstas llegan a nuestra vida. Las
maldiciones también nos ayudan a distinguir entre las áreas en las que estamos
conectados con la Luz y las áreas en las que no estamos tan conectados y, de
este modo, tener la necesidad de actuar.
Hay un relato acerca Rav Itzák Luria
(el Arí) que puede ayudarnos a entender la relación entre la apreciación y las
bendiciones.
Una mañana de Shabbát, en la
sinagoga del Arí, llegó el momento para la lectura del rollo de la Torá. El Arí
le dijo al anunciador que llamara a Aharón ben Ämräm, el Kohén, para hacer la
lectura. El anunciador vio al Arí con gran asombro y le dijo que no había un Kohén
con ese nombre en la sinagoga.
Así que el Ari le dijo nuevamente,
pero esta vez con mayor insistencia: “¡Por favor, llama a Aharón ben Ämrám, el
Kohén!”. El anunciador no tenía más opción, así que hizo el llamado: “Aharón
ben Ämrám, el Kohén, ¡de pie, por favor!”. De pronto, un hombre que estaba
completamente rodeado de Luz entró en la sinagoga y subió a la Torá. Era Aharón,
el Kohén HagGadól (el Sumo Sacerdote), quien es nuestra conexión con la Sefirá
de Hód.
Cuando llegó el momento de la
segunda lectura, la sección de Leví, el Arí pidió que llamaran a Moshé ben Ämrám,
el levita. El anunciador no contradijo esta vez y de inmediato hizo el llamado:
“¡Moshé ben Ämrám, el levita!”. Y a la sinagoga entró Moshé, nuestra conexión
con la Sefirá de Nétzaj, y subió a la Torá. De tercero llegó Avrahám el
Patriarca, por la Sefirá de Jésed; seguido de Itzják el Patriarca, por la Sefirá
de Guevurá; después Iaäkóv el Patriarca, por la Sefirá de Tiféret; en seguida
vino Ioséf el Justo, por la Sefirá de Iesód y, finalmente, el Rey David,
nuestra conexión con la Sefirá de Maljút.
Evidentemente, el Arí tenía el
mérito de ver a estos siete Patriarcas —nuestros canales espirituales para
conectarnos con el Árbol de la Vida- subiendo a la Torá en Shabbát, pero ¿qué
hay del resto de las personas en la sinagoga? ¿Por qué ellas también tuvieron
el mérito de presenciar este grandioso evento? El secreto de por qué el resto
de la congregación tuvo el mérito de estar en presencia de estas almas justas
es que ellos tenían apreciación genuina por la oportunidad de poder conectar
con el Shabbát en la compañía del sagrado Arí y rezar junto a él. La
apreciación verdadera es el medio a través del cual nosotros también podemos
tener el mérito de recibir esta clase de milagros.
Cuando apreciamos lo que tenemos,
recibimos mucho más-más sustento, más bendiciones, más iluminación—; aun más de
lo que merecemos. Por otro lado, cuando no apreciamos lo que tenemos, no sólo
perdemos lo que ya es nuestro, sino que cualquier cosa que de verdad merezcamos
no puede llegar a nosotros.
Este es el secreto de las
bendiciones y maldiciones: todo es asequible y, a su vez, todo puede perderse.
Todo depende del nivel de la conciencia y la expresión de nuestra apreciación.
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