LA LETRA י IUD

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LA LETRA י IUD   Por Kabbalah y Torah en Expansión   La letra י ‘Iud’, un pequeño punto suspendido, revela la chispa de bondad esencial escondida en la letra ט ‘Tet’. A continuación del ‘Tzimtzum’ inicial (la contracción de la ‘Or En Sof’ (Luz Infinita) de HaShem para hacer “lugar” a la Creación), quedó dentro del ‘Jalal’ (“espacio vacío”) un punto potencial e individual o ‘Reshimú’ (“impresión”). El secreto de este punto es el poder del Infinito de contener el fenómeno finito dentro de Sí Mismo, y expresarlo en la realidad externa aparente. Una manifestación finita comienza de un punto de dimensión cero, luego se desarrolla en una línea unidimensional y una superficie bidimensional. Esto está insinuado en la escritura completa de la letra י ‘Iud’ יוד (iud-vav-dálet): “punto” (iud), “línea” (vav), “superficie” (dálet).   Estas 3 etapas corresponden en Kabbalá a: “punto” (Nekuddá), “espectro” (Sefirá) y “rostro” (Partzuf). El punto inicial, el poder esencial de la letra

KI-TAVÓ: CAMBIAR ALGO PEQUEÑO


KI-TAVÓ: CAMBIAR ALGO PEQUEÑO

Está escrito: “Es mejor que una persona haga un cambio pequeño y sea persistente en esa acción, en vez de comenzar algo mucho más difícil y que se detenga con la intención de completar dicha tarea posteriormente”. En muchas oportunidades, nos comprometemos a hacer algo, aun cuando tenemos claro que no podremos completar la tarea. Es importante que aprendamos a comprometernos solamente con aquello que podemos lograr y, entonces, ser persistentes en el cumplimiento de nuestro compromiso. Este concepto es ilustrado mediante la siguiente alegoría.

Cuando se viaja en tren, un hombre rico normalmente viajaría en la comodidad de la primera clase, con mucho espacio para estirarse y disfrutar del viaje; mientras que un hombre pobre normalmente se apiñaría en los asientos de la tercera clase, los cuales no son muy cómodos.

Una vez, un pobre mendigo quería viajar a otra ciudad que quedaba a tres estaciones de tren de donde vivía. Tenía suficiente dinero para viajar a esta ciudad en tercera clase pero, en esta ocasión, quería viajar en primera clase por alguna razón, diciéndose a sí mismo que merecía un descanso del arduo trabajo de pedir limosna. Sin embargo, de viajar en primera clase, no podría hacer el recorrido de tres estaciones. Aunque esto no lo desalentó porque él planeaba viajar tan lejos como su boleto de primera clase le permitiera, y después se bajaría en la estación y pediría más limosna a fin de completar su viaje.

El mendigo se sentó cómodamente en su asiento de primera clase y disfrutó muchísimo. Cuando el tren se detuvo en la estación apropiada, el inspector de boletos se le acercó y le recordó que se bajara del tren. El hombre pobre se puso de pie, tomó su bolsa y estuvo por bajar del tren y comenzar a recoger limosna cuando se dio cuenta de que la estación estaba en medio del desierto. No había nadie allí que pudiera ayudarlo a llegar a donde quería ir; y tampoco había forma de regresar a casa.

La moraleja de la historia es que es mejor que hagamos un compromiso pequeño de “tercera clase” y que lleguemos adonde queremos ir, en vez de hacer un compromiso demasiado grande que queramos alcanzar pero que todavía no seamos capaces de realizar la tarea. Cuando tomamos en cuenta la posibilidad de que nuestra próxima “estación” sea en el desierto, ¿aún querríamos continuar? Y si queremos continuar, ¿tendríamos la fortaleza para hacerlo?


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