SHEM 37 - EL CUADRO COMPLETO - ALEF NUN IUD
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SHEM 37 - EL CUADRO COMPLETO - אנ"י
Vocalización: Ani (Moshé Kordovero);
A/Nu/Io (A. Abbuláäfia).
Valor numérico: 61
Ángel portador del Nombre: Ani´el.
Valor numérico: 92
“Cuando yo decía: Mi pie resbala, tu
misericordia, oh Señor, me sustentaba”. (Tehil´lim/Salmos 94:18)
Significado:
Además de ser un Nombre central en
el conjunto de los 72 – el primero de la segunda mitad – no deja de ser curioso
que אנ"י ‘Alef-Nun-Iud’ corresponda al primer
quinario de Libra, siendo este el signo que, arquetípicamente, responde a lo
que es “el otro”, es decir, el “no yo”. Además, en el calendario judío, marca
el tiempo de Rosh HaShaná, el principio del nuevo año, que es esencialmente un
periodo de juicio (Libra, de nuevo) del yo y sus acciones. Este es uno de los
pocos Nombre con un significado directo, en este caso, ‘Aní’ = Yo. Como siempre, esto tiene muchos niveles de
significación. Considerado desde un punto de vista cabalístico, el Yo - el
lugar de la identidad y de la gestión de los contenidos psicomentales del
individuo – es una estructura transitoria que va sufriendo transformaciones
sucesivas (de estados personales y transpersonales) según se asciende por el
Pilar del Medio del Árbol de la Vida. En Iesod tenemos el yo mental, lo que
comúnmente entendemos como ego. En Tiféret lo que llamamos el Yo auténtico, la
chispa divina encarnada, el Self personal. Los niveles transpersonales de
identidad se abren en ‘Dáät’ y lo que, a falta de un nombre mejor, llamaríamos
Superself o Yo Divino correspondería a Kéter. (Esto en el Árbol simple. En el
Árbol extendido – el Árbol en los mundos – la imagen se torna más rica y
completa).
El Yo sería algo así como el
indicador o punto de referencia que nos dice en qué punto del espectro de la
conciencia nos encontramos, al tiempo que nos da acceso a las propiedades del
nivel de conciencia correspondiente. Sin embargo, el Árbol de la Vida es una
unidad orgánica – un árbol – y, por tanto, no hay una discontinuidad entre los
niveles. Todos tienen su lugar en el esquema, incluso el ego psicológico, que
debe ser afirmado y expresado en su momento o fase de evolución, aunque después
trascendido, es decir, integrado en una entidad de nivel superior (que no abandonado)
pues todas las Sefirot son igualmente sagradas. Por supuesto, la fuente última del
Yo está en el Absoluto Inmanifestado, la Deidad en su esencia, oculta tras el
velo del ‘Ain’, la Nada. Y es un lugar común en Kabbalá el ver que אין ‘Ain’, es una permutación de אנ"י
‘Aní’ (Yo), con el mismo valor numérico ambas que אדון ‘Adón’ (Señor). Di-s es ‘Ain’ que se manifiesta como ‘Aní’.
Encontramos constantemente en la
Torá expresiones como ‘Aní HaVaIáH’ (Yo soy el Señor), en particular a
continuación de la promulgación de algún precepto. Por ejemplo: “Amarás a tu
prójimo como a ti mismo, Aní (Yo soy) HaVaIáH” (Vaikrá/Levítico 19:18),
considerado como el todo de la Torá (Rabbí Hil´lel). Y la última parte de este
precepto, ‘Yo soy HaVaIáH’, es inseparable de la primera: ‘Amarás a tu
prójimo’. Lo cual nos dice que ésta es la propia manifestación de la Divinidad.
O dicho de otra manera: ‘Amarás a tu prójimo’ realiza la conjunción divina de ‘HakKadosh
Baruj Hu’ (el Santo, Bendito sea), representado por el Tetragrama, y la Shejiná
(su Divina Presencia en la Creación), representada por el pronombre ‘Aní’ (Yo),
‘Aní’ como Nombre Divino se considera que corresponde a Maljut, porque cuando
uno empieza a ser verdadero al ‘yo’ interior, lo que quiere decir separarse,
purificando el alma de todos los factores ‘no yo’ externos que confunden a la conciencia
egóica sobre la percepción del self, encuentra que ese yo verdadero es uno con
la Shejiná, el Yo Divino manifestado, frente al gran Yo Soy trascendente del
universo que es ‘HaVaIáH’. ‘Amarás a tu prójimo’ despierta entonces la chispa
divina en el alma, descubriendo que el verdadero Sí Mismo, el verdadero Yo, es
el Ser divino, que es Uno. He aquí lo que constituye una de las claves más
profundas y sencillas a un tiempo de la Kabbalá y de todo misticismo. Es en el
entendimiento más profundo de su propio sí mismo en donde el hombre toma conciencia
de la Presencia de Di-s como el Sí Mismo absoluto. Y esta es la puerta que abre
el dominio divino, el ser completo de la deidad, hasta las mismas profundidades
del ‘Ain’, la Nada. (Por cierto, cuando está escrito ANÍ HAVAIÁH ELO-HÉJA, Yo Soy el Señor tu Di-s, la primera palabra
es el Nombre que nos ocupa, mientras que las dos siguientes, ‘HaVaIáH Elo-héja’,
suman 92, el valor numérico del Ángel Ani´el (que literalmente significa Yo soy
Di-s, o el Yo de Di-s).
La meditación del Aní-Ain אני־אין es contemplar la vaciedad de existencia inherente de este constructor de conciencia que llamamos el yo y cuya esencia es Nada. Ahora bien, debemos ligar constantemente esa nada al concepto puro de Deidad. Ese es el foco principal de la meditación. Como dice Arié Kaplan: Cuanto más una persona se identifique con el verdadero Aní-Ain, más estará en contacto con lo Divino dentro de sí.
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