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Por Kabbalah y Torah en Expansión
¿Qué pasa con las cicatrices y
heridas que se han arraigado en nuestra psique? ¿Qué pasa con el abuso y la
confusión interna que se han infiltrado en la esencia misma de nuestra química?
¿Podremos curarnos de ellos alguna vez?
Para esto debemos pasar a la tercera
capa de conciencia, al ‘Ölam HabBeriiiá’ (“El Mundo de la Creación”).
En este estado de conciencia no sólo
te reformas a ti mismo (como en la capa de ‘Ietzirá’, formación), sino que
estás capacitado para recrearte a ti mismo. Aquí, en el Ölam HabBeriiiá,
entregas todo lo que antes reclamabas como tuyo a la visión divina de la vida,
permitiendo que el poder superior recree tu identidad de nuevo, de la nada a
algo.
En esta tercera sección de la ‘Tefil´lá’
(“oración”), analizamos la noción de que HaShem crea la existencia de nuevo
todos los días. Aquí se te permite entrar en ese espacio central del ser que
reconoce su metamorfosis perpetua desde la nada hasta la realidad. En esta
parte de la Tefil´lá también declaramos:
SHEMÁ ISRAEL ADO-NAI
ELO-HENU ADO-NAI EJAD
“Oye, Israel: HaShem, nuestro Di-s,
HaShem es Uno”
Lo que significa que HaShem es el
único que nos recrea cada día y cada momento como aspectos de Su ser, como
expresiones de Su realidad.
Es un momento aterrador, hay que
reconocerlo. Hay que estar dispuesto a borrar todo el disco duro y entregarlo
por completo al “microchip” invisible. Puede parecer como si se saltara de un
acantilado, pero cuando se da ese salto se permite experimentar el renacimiento
y elevarse mucho más allá de las limitaciones y parámetros de la estructura
emocional, que antes era finita y defectuosa.
Sin embargo, incluso después de tu
entrada en el tercer mundo, no te has vuelto uno con la realidad. Has
renunciado a tu noción de individualidad en aras de la realidad última, pero
todavía hay un “yo” que intenta experimentar la unidad. Te estás experimentando
a ti; estás experimentando a HaShem y la conciencia misma del yo indica que
todavía estás alienado de la verdadera realidad.
Tomemos como ejemplo el baile. ¿Cómo
sabes que estás realmente inmerso en el éxtasis del baile? La respuesta: cuando
no eres consciente de que estás totalmente absorto en el baile. En el momento
en que tu “yo” empieza a observar que tu cuerpo se mueve sin inhibiciones, no
estás completamente presente en el baile. Cuando te vuelves verdaderamente uno
con alguien o algo, no experimentas la unidad. Simplemente eres uno.
¿Cómo sabes que tu cuerpo está sano?
Cuando no lo sientes. Cuando empiezas a sentir alguna parte de tu cuerpo,
incluso si no sientes dolor sino solo una sensación de pesadez, es señal de que
algo en el cuerpo no funciona bien. Cuanto más sano esté el cuerpo, menos lo
sentirás.
Los artistas son muy conscientes de
esta verdad en sus propias carreras. Hay un punto en el trabajo de escritores,
músicos, pintores o conferenciantes en el que dejan de ser conscientes de su
existencia como una entidad independiente y se convierten en conductos para una
energía más profunda que los atraviesa. Es en este punto cuando el artista
rinde mejor, porque su yo se ha fusionado con su obra en un todo sin fisuras.
Los grandes comunicadores, por
ejemplo, te dirán que sus discursos se vuelven verdaderamente significativos y
transformadores en el momento en que dejan de ser conscientes de que están hablando.
Puede que suene raro, pero es la verdad. Cuando estás verdaderamente ocupado
viviendo, el “tú” no ocupa ningún espacio. Cuando el “yo” está totalmente en
contacto con la vida, no te informa de su existencia, pues está completamente
unificado con su misión.
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